Cuando Isabel II invitó al presidente Bush pensaba que esa primera visita de Estado de un líder estadounidense a Londres en 85 años serviría como gran celebración de la victoria anglo-norteamericana en Irak. En cambio, se ha convertido en un ejercicio de justificación política de una guerra fallida --cuyo verdadero final sigue sin vislumbrarse--, de bélica oratoria sobre la presunta necesidad de emplear la violencia para hacer frente a los violentos y de movilización policial para contener las protestas populares contra la presencia del campeón del uso "preventivo" de la fuerza. En realidad, ni la coalición invasora ha triunfado ni las fuerzas ocupantes han vencido aún a la resistencia ni las coartadas esgrimidas para arrastrar al mundo a la guerra tenían fundamento.

Irak es hoy un lodazal mortífero para el Ejército de EEUU, la población iraquí padece condiciones de vida aún peores que durante la dictadura y la transición hacia la democracia está cada día más amenazada por el caos violento contra el que nos alertaba ayer mismo Bush. Pero el presidente norteamericano sigue creyendo que ha de dar clases sobre la "defensa de los valores" a los que siempre preconizaron la necesidad de buscar salidas pacíficas a las crisis mundiales.