Las autoridades británicas, con el secretario del Foreign Office, Jack Straw, a la cabeza, hacen grandes esfuerzos para convencer a sus conciudadanos de que la actual oleada de atentados islamistas en este mes del Ramadán no tiene nada que ver con la guerra de Irak. Sin embargo, cualquiera puede constatar que los blancos a los que se dirigen esos ataques suicidas son preferentemente los países que participaron en la invasión, como el Reino Unido, o que colaboran en la ocupación militar del país, como Italia. Además, los propios comunicados de Al Qaeda que se atribuyen los atentados terroristas precisan que se trata de respuestas a las operaciones bélicas en Irak. El último mensaje es nítidamente explícito: amenazan directamente a Japón con "destruir" Tokio en cuanto el primer soldado japonés pise suelo iraquí.

Por mucho que nos quieran convencer de lo contrario, es evidente que la guerra de Irak no sólo no ha servido para frenar al terrorismo internacional sino que lo ha estimulado. El odio y el rechazo a la prepotencia bélica han engendrado una exacerbada campaña de atentados masivos contra los intereses de la coalición.

Y España está en esa lista.