La cara del presidente valenciano, Francisco Camps, antes y después de su entrevista con la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, era como la de un paciente antes y después de pasar por el quirófano. Tranquilo y esperanzado al bajar; lívido y crispado al subir.

Por la mañana, antes de la cirugía hidráulica, el sucesor de Zaplana al frente de la taifa levantina había recibido, en lugar de bombones y flores, la mala noticia de unas calabazas en Miami: Julio Iglesias, que planeaba invertir en el murciano emporio de Marina Cope, acababa de retirar sus divisas al saber que el trasvase del Ebro ha pasado a la historia, y que el oro líquido prometido por Aznar y Valcárcel (que también fue a llorar al ministerio) ya no manará hacia los campos de Níjar ni hacia la huerta de Mazarrón. Y como Julio, ay, hey, seguramente otros muchos inversores otean ya nuevos territorios donde depositar sus fianzas.

La ministra Narbona, que es mujer dialogante y plural, como manda el canon de Zapatero, pero también franca, directa y, por lo que se ve, un punto resuelta, no le concedió al prócer valenciano mayor oportunidad. No le dio carrete, ni vagas promesas, ni falsas esperanzas, sino una chufa de horchata para que se volviera a casa, a contar lo que había. Y lo que hay es muy claro: el agua se queda en Aragón, para usos propios, presentes y futuros, para nuestras industrias, regadíos, abastecimientos, Expos y polígonos. Valencia, Almería y Murcia se beneficiarán de otro tipo de recursos, pero de la tubería, nada de nada. Humo, sueño, historia.

Camps, lejos de aceptar la voluntad del nuevo gobierno, y las resoluciones de los gobiernos autonómicos de Aragón y Cataluña, ha reaccionado como un bisonte herido. Ni corto ni perezoso, ha acusado a los socialistas, a Zapatero y Narbona, de estar llevando a cabo una "agresión" contra el pueblo valenciano, al negarse a concederles lo que "por derecho" les pertenece, y es suyo: el río Ebro.

Estas tremendas declaraciones, que abren un nuevo capítulo en la desdichada guerra del agua, no han sido desmentidas, ni siquiera matizadas, por su jefe de filas, el dialogante, plural, centrista y educado Mariano Rajoy; por lo que doy por hecho que también el presidente del PP considera que los valencianos y murcianos están siendo torticeramente agredidos, y que la negativa de Narbona los ha situado en el legítimo derecho de salir a la calle, inundar de papelajos los tribunales y hacer cuanto puedan por mantener en pie el cadáver legal del ya viejo y prácticamente derogado Plan Hidrológico. Por supuesto, para no variar, y desprendiéndose de su cómplice silencio un nuevo pecado de omisión, los populares aragoneses, siempre tan sensibles con esa angustiosa sed que también parecía sentir, hey , Julio Iglesias, han suscrito asimismo la levantina declaración de ruptura de hostilidades.

Camps, en su cerrazón, no quiere oír hablar de soluciones alternativas. Ni de las desaladoras, goteos o sistemas de reutilización que ha propuesto, entre otros, el presidente aragonés, Marcelino Iglesias. Ni, tampoco, por extensión, de las obras del Pacto del Agua, sobre las que ha lanzado un nuevo anatema.

Patético.

*Escritor y periodista