La candidatura zaragozana a la Expo 2008 ha superado con éxito la prueba a la que ha sido sometida esta semana por el comité de encuesta del Bureau International des Expositions (BIE), organismo internacional encargado de designar a la ciudad ganadora. Al menos, ése es el sentimiento generalizado de los responsables técnicos y políticos de la candidatura, e incluso en el mismo sentido se han expresado los miembros de la delegación internacional, que reconocen no haber encontrado puntos débiles en el proyecto español. Lo importante, ahora, es huir de la autocomplacencia y rechazar la presuntuosidad, porque convencer al exigente grupo de evaluadores de las bondades de nuestra opción puede ser condición necesaria pero no suficiente para alcanzar la meta deseada. De momento, lo único que de verdad hemos conseguido es unir voluntades en torno a una idea, aspecto que en Aragón supone prácticamente un hito y que, como dijo el viernes con acierto el alcalde Juan Alberto Belloch, dejará un cambio de mentalidad por el que, venga o no venga la Expo, ya ha merecido la pena trabajar.

Para empezar, conviene contextualizar el importante hito vivido esta semana y ponerlo en relación con la situación real de las dos ciudades competidoras, Trieste (Italia) y Salónica (Grecia). En la carrera por la Expo 2008, como ocurre en casi todos los órdenes de la vida, el ganador no sólo logra su objetivo gracias a su fortaleza, sino aprovechándose de la debilidad de los rivales. Y por lo que trasciende en comentarios de café --acaso los más sinceros--, el mandatario italiano, Silvio Berlusconi, está dispuesto a quemar las naves para que el viejo puerto adriático sea la sede del evento dentro de cuatro años, y en Grecia --organizadora de los Juegos Olímpicos de este verano-- son plenamente conscientes de que la convergencia con Europa pasa por organizar este tipo de eventos. No se van a quedar atrás.

El primer paso de la ignorancia es presumir de saber, como ya dijo Gracián, y saber, saber, no sabemos si al final la decisión del comité evaluador va a influir totalmente en el resultado de la votación prevista para diciembre de este año. Basta recordar, estableciendo un paralelismo muy oportuno en este momento, lo que ocurrió en enero del 2002 cuando el Comité Olímpico Español tenía que decidir entre las opciones de Granada y Jaca para representar a España en la carrera por los juegos de invierno del 2010. La comisión de encuesta se inclinaba claramente por la ciudad andaluza frente a una candidatura aragonesa peor valorada y que en aquel momento estaba rodeada de negros nubarrores, con tensiones políticas y escaso calor ciudadano. Sin embargo, en la votación resultó vencedora Jaca, y, hoy ya puede contarse, el entonces responsable técnico de la candidatura pirenaica Manuel Fonseca --flamante director de gabinete del Consejo Superior de Deportes-- se aventuró ante un reducido grupo de periodistas antes de la votación a cuantificar el número de apoyos que alcanzaría entre los delegados reunidos en Madrid. No hizo pleno por muy poco.

Este ejemplo es paradigmático de la segunda cuestión que no puede olvidarse a partir de este momento, además de la fortaleza de los rivales. El verdadero caballo de batalla para la Expo 2008, una vez acreditado que el proyecto zaragozano reúne los requisitos económicos, organizativos, culturales, técnicos, legales, políticos y sociales pertinentes para su viabilidad, se librará en el espacio de la diplomacia. Es justo pensar que el cambio de rumbo de la política exterior tras la llegada al poder de Rodríguez Zapatero será positivo para buscar nuevos apoyos en despachos que antes estaban cerrados. Esta misma semana, la vicepresidenta Fernández de la Vega, se mostró muy esperanzada al respecto en un desayuno con periodistas celebrado en al ayuntamiento zaragozano, pero para concretar los apoyos no sólo hay que encontrar buena disposición. Hace falta algo más. Sinceramente sería ingenuo intuir que representantes de países teóricamente neutros, que gozan de una relación similar con España, Italia o Grecia, se inclinen por una u otra alternativa sólo porque les guste más el tema elegido o porque en la memoria del proyecto se plantee que van acudir siete u ocho millones de personas. Probablemente, la decisión final se tome considerando aspectos mucho más pragmáticos, como por ejemplo las facilidades que se le ofrecerán en uno u otro recinto y los beneficios que le supondría participar.

En este orden de cosas, ha sido muy importante para la candidatura la recepción del rey Juan Carlos, que demuestra un compromiso de Estado. Para la votación final, probablemente sería tan útil la buena impresión que se ha llevado el comité de encuesta como el proselitismo que sea capaz de ejercer la Casa Real en los próximos meses. Sin ir más lejos, la inminente boda de Felipe y Letizia puede suponer un marco excepcional para que los invitados conozcan el interés de autoridades y personalidades hacia el proyecto.

La semana finaliza, pues, con un regusto agradable sobre el futuro de la candidatura, pero conviene no olvidar estas dos cuestiones capitales para nuestras aspiraciones: diplomacia y estado de los rivales.

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