Cualquier aficionado a la historia económica sabe que todo sector industrial tiene sus momentos históricos álgidos y de decadencia por imperativo de los cambios tecnológicos, de la competencia internacional, de los cambios en el consumo, del desarrollo de nuevos materiales y de otros factores. Lo que en un momento puede ser un gran negocio y motivo de desarrollo económico, al cabo de unas décadas puede ser fuente de ruina y decadencia si no se han llevado a cabo las reestructuraciones y adaptaciones necesarias.

El sector naval empezó a renovarse ya en Europa en la década de los 70, mientras aquí, en España, no se empezó ninguna reconversión hasta 1984, con un ajuste posterior en 1995 que afectó a 3.850 empleados (menos del 10% de la plantilla), cuando los astilleros europeos ya habían eliminado el 60% de sus efectivos en los años inmediatos.

ERAN EPOCASen las que la Empresa Nacional Bazán logró importantes contratos militares, algunos de los cuales no lograron cobrarse, produciendo un aumento de la deuda externa, pero creando también la ficción de que se podría exportar eternamente cualquier tipo de producto, sin vislumbrar los cambios de tendencia que ya se atisbaban y, muy en particular, la impresionante competencia de los países asiáticos (Corea del Sur, Japón y China), que si en 1990 tenían ya una cuota de mercado mundial del 57%, hoy es ya del 86%, mientras que el porcentaje de los astilleros de la UE ha pasado de dominar el 22% al 7% del total mundial en el mismo periodo. Y en esa evolución, España no podía ni puede quedar como una excepción. No se trata de derechos ni de aspiraciones, sino de realidades muy duras que hay que saber ver y afrontar, y si es a tiempo, mejor.

En 1991, Bazán (hoy integrada en Izar) atravesaba una crisis muy aguda por falta de visión estratégica de políticos, sindicatos y directivos. Tan grave era su situación que llegaron a invitarme para darles unas conferencias sobre experiencias internacionales de reconversión de las industrias militares.

Entonces, hace 13 años, las conclusiones eran claras: había suficientes experiencias de éxito en procesos de reconversión, tanto en Europa como en EEUU, como para que la Bazán pudiera trazar su propio esquema de cambio, limitando la fabricación de sistemas militares ofensivos, diversificando la producción de la empresa y ampliando la gama de ofertas a nuevos campos de valor añadido donde los países asiáticos no pudieran ofrecer competencia (productos descontaminantes, tecnología marina, explotación de recursos marinos, energías renovables, vehículos de transporte marítimo, buques de investigación oceanográfica, buques civiles de efecto superficie, nuevos materiales, etcétera) aprovechando la base tecnológica de la empresa, su experiencia comercial y su potencial humano.

Nada de ello, o casi nada, se hizo entonces, por una miopía generalizada y por miedo a emprender una reforma en profundidad que, sin duda alguna, ofrecía sus riesgos. No haberlos tomado a tiempo y querer seguir una política de apaños y remiendos, con subvenciones públicas millonarias contrarias a las normas comunitarias --habrá que ver cómo se negocian ahora-- ha llevado al sector naval público a la bancarrota, particularmente por la falta de pedidos en el sector civil de los astilleros.

No podemos estar ya a la cabeza, no del mundo, sino de Europa, cuando Polonia tiene una cartera de pedidos cuatro veces superior a la de España y nos superan Croacia y Dinamarca. Las promesas del Gobierno, por tanto, deberían ser muy meditadas, tras décadas de engaño sobre lo que conviene hacer en un sector que debió reconvertirse muchos años atrás, sin que nadie del ámbito político se atreviera a hacerlo ni los trabajadores a proponerlo.

Y SI HAYque afrontar con decisión el sector civil, también convendría meditar el futuro del sector militar. Bazán tenía en 1984 13.571 trabajadores en sus astilleros militares, y 5.679 en el 2002. Pero estos puestos de trabajo que quedan se sustentan todavía en la creencia de que es bueno y legítimo seguir construyendo submarinos para Chile y Malaisia, o negociar la venta de fragatas a Arabia, Grecia y Turquía, patrulleras a Filipinas, submarinos a Corea del Sur, la India, Singapur y Taiwán, portaviones para la India o corbetas para Israel.

¿Alguien ha preguntado a los trabajadores, sindicatos y ciudadanos de estos países si realmente estos buques militares son precisamente lo que necesitan para su desarrollo? ¿Es compatible este enfoque terco y miope con el macrocompromiso tomado anteayer en la ONU, con Lula, Chirac, Annan, etcétera, de combatir el hambre en el mundo? ¿Cómo hay que entender que la cartera militar de Izar sea superior al presupuesto anual de la ONU? ¿Cómo es que nunca hay un debate de fondo en el Congreso sobre estas cuestiones que afectan a la seguridad internacional, en la medida que ayudamos a militarizar países y regiones, en particular de Asia, que necesitan apoyo diplomático y económico para fortalecer sus procesos de paz, y no sus economías militares?

Si el sector naval continúa estando en coma, es obligación del Gobierno, las empresas y los sindicatos afrontar la situación con sinceridad y sin más engaños o espejismos. Las tradicionales batallas campales de los astilleros en crisis no servirán para nada, más allá de amedrentar y postergar decisiones que habrá que tomar de forma inevitable. Nadie quiere más parados para que estén los lunes al sol, ni desea tristes prejubilaciones a los 52 años, pero sería un torpe error tropezar con las mismas piedras de hace 10 y 20 años y no poner en marcha los cambios de profundidad que necesita el sector naval.

Muchos países han sabido resolver en su momento esta crisis. En los años 80, algunos de los principales astilleros de Europa llevaron a cabo iniciativas para proponer, estudiar y llevar a cabo procesos de reconversión de sus empresas, logrando éxitos muy notables al hacerlo conjuntamente los trabajadores, los sindicatos, las empresas, los municipios y los gobiernos regionales y estatales. Esta es la fórmula que hubiera servido y que posiblemente habrá que probar ahora.

*Director de la Escuela de Cultura de la Paz. Universidad Autónoma de Barcelona.