No es verdad. Marcelino Iglesias no hizo ayer el mismo discurso optimista y repetitivo del debate del Estado de la Comunidad de hace un año. No ha sido lo de siempre, se diga lo que se diga, a pesar de que lo leyera en 80 minutos, como hace un año, y fuera una reedición de la habitual descripción de Aragón en clave positiva. Ayer, el presidente de Aragón habló de Opel España, el motor económico regional. El año pasado no tocaba. Por aquellas fechas la comunidad vivía la zozobra de si el Meriva se iba a Polonia o se quedaba en Figueruelas con lo que todo eso suponía, y decidió obviarlo. Se ve que entonces no afectaba al estado de la comunidad. Ayer, sí. Ahora la continuidad de Opel es una muestra clara del aumento de la capacidad de influencia y el peso de Aragón. Que evidentemente él y su Gobierno han conseguido. Lo que Iglesias hizo ayer no es más que una demostración de que, en el mundillo político, cuando una empresa se va de un territorio la culpa es del empresario y cuando viene o se queda el que saca pecho es el político local. Da igual que Opel no pensara nunca en deslocalizarse sino en aprovechar la coyuntura para lograr unos reajustes económicos laborales y sacar unas interesantes subvenciones (que habrá que pagar, por cierto). En los bancos de la oposición hubo risas (fue la única reacción de todo el discurso en la Aljafería). Y es que quizá se acordaban de aquello que un mal día se dijo desde las filas del Gobierno aragonés en referencia a un abandono empresarial: "Lo que Dios nos dio, Dios nos lo quitó". Pues que Dios no quiera. Periodista