Gustó Gustavo Alcalde, en especial en las réplicas del Debate de la Comunidad, y gustó su tono, menos crispado y crudo que otrora.

Tiene el candidato del PP la lección bien aprendida, e incluso domina en buena medida la asignatura. Sólo que ese examen de Aragón al que se presenta cada año no responde tanto a su propia concepción territorial como al reflejo del país de Marcelino Iglesias, el único modelo, al parecer, posible hoy en día. Se echa en falta, desde la derecha, y desde el resto de partidos en la oposición, un modelo alternativo, otro Aragón, un folio nuevo de proyectos. Imaginación, en una palabra.

Sin ella, Alcalde, o cualquier portavoz, queda reducido a la crítica a un sistema que en el fondo comparte, y que aspira a heredar. La discusión, o la bronca, se establecerá entonces en torno a si el diputado Martínez representa en Aramón al PP o a una entidad bancaria; si el propio señor Alcalde se libró por la campana de votar en el Senado una nueva moción a favor del trasvase del Ebro, o si Iglesias se salta el protocolo al viajar a París para exigir los pasos fronterizos.

Sin hacer realmente daño, la crítica del presidente regional del PP fue detallada y constante, pero, tocado como anda con el sambenito trasvasista, la ejerció, ya digo, mediante una oratoria templada, clónica de Rajoy, más útil en las dúplicas que en la exposición de motivos. No se ve a Alcalde, aún, en presidente, pero no puede negarse que una renovada dignidad dificultará su futura sucesión, según se viene especulando en mentideros, por Luisa Fernanda Rudi. Tal vez, incluso, se perpetúe en la oposición, como lleva camino de perpetuarse Chesús Bernal.

A diferencia del popular, la intervención del portavoz de Chunta Aragonesista fue negativa y ácida. Bernal descalificó a Iglesias en tantas ocasiones y de tan virulenta forma como argumentos utilizó para despreciar la labor gubernamental del PSOE y del PAR.

Político de corte narcisista (aunque, ¿conocen a alguno que no lo sea?), estratégicamente inmaduro, el diputado nacionalista, en la línea de la derecha más dura, volvió a cometer el error de faltarle el respeto a Iglesias y, en consecuencia, de echarse a los consejeros y al grupo socialista encima. Si la CHA albergaba alguna esperanza de llegar a colaborar, o a coaligarse con el PSOE en un futuro gobierno, Bernal, al menos en apariencia, se encargó de romperla. En las réplicas de Iglesias se percibió que al presidente, estando, además, aliado con un partido aragonesista, no le agrada que le den clases de progresismo y de amor a Aragón. Tampoco, como le sucedió al PP, se vio por ningún lado el proyecto de CHA; no se lanzaron ideas, no se corrigió el presente ni se diseñó el futuro. Acaso, no sé, otro orador del mismo grupo habría lidiado con más habilidad una cita parlamentaria que suele quedar, durante meses, como referencia ideológica. El tono de Bernal, su discurso crítico, demagógico, meramente concebido para la galería, no encaja en la suavidad institucional, en el pactismo preconizado por el de Bonansa. Es marginal, o sea.

Escritor y periodista