El Papa ha conseguido al fin un poco de audiencia. Aunque así no tiene mérito, claro. Así cualquiera llama la atención. Y más, siendo Papa, cabeza visible de la cristiandad. Pero así son los terribles y maravillosos tiempos en que desvivimos. Hasta un papa ha de morir al márketing, a la exgeración y el delirio, pues nadie le hace caso. Al morir el Papa anterior se produjo un hermoso exceso pontificio, y el péndulo de la atención, voluble como ella misma, tendió a dispersarse. Hay tantas cosas, tantos canales, tantas ofertas, tantos anuncios, que hay que perder algo de tiempo estudiando la selección. La mayor parte del tiempo lo perdemos o ganamos tratando de no equivocarnos con el libro --es un decir--, la web, el canal, la emisora- Cuando sale Matías Prats --que sale a todas horas en todas partes-- en lo único que piensa el televidente es "cuántos millones ganará este tío". Y eso ya anula u obstruye los posibles mensajes. Se podría hacer un nuevo tipo de anuncios --más caros-- que se emitieran en directo, como el teatro, pero televisado, ante notario, claro. Y luego tendría que haber un notario que certificara la presencia del notario A, etc. Porque la repetición inmisericorde devalúa el género. El caso es que este Papa, a pesar de los zapatos y los sombreros rojos, a pesar de tocarse con tricornios o gorros locales, no acababa de arrancar. Demasiada competencia. La misma Madonna se le come el terreno. Porque terreno sólo hay uno, y aunque aparezca fragmentado en millones de espejuelos, es siempre el mismo: el estado de la cuenta corriente del emisor, proporcional la audiencia y el impacto. Madonna siempre ha explotado el filón de la cacharrarería católica. El destape de Janet Jackson marcó el climax de las superbowls. El Papa, que no puede usar un crucifijo como Madonna para llamar la atención, porque en su caso es lo normal --incluso obligatorio--, ha optado por la teología: un género que --igual que su prima, la ciencia ficción-- fascina a las masas, seguramente porque mezcla desde hace milenios lo mejor del género fantástico con los manuales de autoayuda, consuelo y argumentos para masacrar a los infieles. El buen hombre ha dicho, a ver, cuál es la comunidad más susceptible, más quisquillosa y tiquimiquis, aquella que al mínimo insulto ya arma un estrapalucio y consigue un eco mundial. Pues hala, a triunfar.

Escritor y periodista