Como el la vieja fábula del cazador cazado, Joseph Ratzinger lleva una semanita tomando una buena dosis de su propia medicina. El antiguo inquisidor está siendo sometido a los ataques despiadados de otros guardianes del dogma, en este caso islámico. No hay que olvidar que el actual Benedicto XVI fue durante años el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dicho de otra forma el jefe del moderno Santo Oficio. El antiguo azote de los teólogos de la liberación ha visto como de repente caía sobre él la ira de los ulemas, la rabia de los ayatolas y la furia de los talibán. Ratzinger es un hombre inteligentísimo, alguien que cultiva la amistad con filósofos como Habermas, ¿cómo se explica entonces el tono de sus declaraciones? ¿Un error de cálculo? Puede ser. Pero quizá pretendiera precisamente provocar esta airada reacción del extremismo musulmán. Ahora habrá quien le haga el coro y tras la patéticas imágenes del cutre muñeco en llamas, afirme sin pudor que los hechos le dan la razón. Eso sí, sorprende la rapidez para soltar algo parecido a una disculpa, porque aquí aún estamos esperando que la Iglesia se arrepienta del palio de Franco.Músico