Los señores islamistas nos están demostrando que, en lugar de globalizarse con los McDonald´s y demás atenuantes de Occidente, les va la intolerancia, la lapidación verbal, el fuego y la daga.

Basta que un escritor (Salman Rushdie, entre otros muchos represaliados o amenazados) un político, o un Papa, ahora, les mente al profeta, les quite o ponga una coma de su doctrina para que de Algeciras a Estambul, de Indonesia a Bagdad salgan a la calle a desnudar los dientes, con las campanillas al aire de tanto gritar, amenazando con crucificar a los infieles.

Ellos, los guerreros islámicos, los señores de la guerrilla, nos pueden llamar de todo, cruzados, opresores, y amenazar al Papa, o a cualquier Gobierno occidental, con volar catedrales, trenes, ciudades enteras, pero nosotros, los tranquilos occidentales que les llevamos cinco siglos de ilustración, debemos predicar con el ejemplo de la tolerancia. Debemos subvencionar los estudios islámicos, pues afectan a ciudadanos que son españoles, o residen y trabajan aquí. Debemos subvencionar sus mezquitas y cultos, pues en el contexto de un Estado laico tienen equitativo derecho a la expresión de su fe. Debemos integrarlos, pues su humana condición no admite hoy la marginación ni el rechazo.

¿Debemos los españoles, los europeos, ser generosos y escrupulosos con la inmigración islámica, incluida la patera, incluido el cayuco, o debemos ser precavidos, distantes y cautos? ¿Hasta qué punto existe una relación entre los movimientos extremistas y ese fermento en apariencia pacífico, de las colonias, de los suburbios, pero del que también, como ya ha sucedido en Londres, comienzan a surgir los nutrientes de las células durmientes?

Son terroristas éstos que no se andan con bromas, y, si no, que se lo pregunten a Ratzinger, que ya no sabe cómo disculparse, ni a qué vela encomendarse para que los fanáticos de la media luna dejen de amenazar al Vaticano y a "las murallas de Roma". Hoy les ha dado por la capital italiana, pero mañana será de nuevo Andalucía (Al--Andalus) y, al otro, por qué no, nuestro Aragón mudéjar, La Aljafería, y hasta esa barriada berebere de Sinhaya que permanece sellada, con arena, bajo el zaragozano Paseo de la Independencia, a la espera quizá de que la luz del Corán vuelva a iluminar sus ruinas.

Tendría gracia que Occidente, después de luchar durante siglos por la libertad de expresión, de enterrar el feudalismo, la monarquía ilustrada, las intentonas golpistas, el fanatismo y la razón armada, se arrugase ahora frente a un ejército de sombras entrenadas en campos de terroristas, e infiltradas, a golpe de talonario o de la promesa de ocupar un balcón de privilegio en el paraíso musulmán, en nuestras confusas sociedades del bienestar.

Tendría gracia que nuestros satélites y ejércitos, nuestros policías y espías no acertasen a desarticular la amenaza de los comandos, y que poco a poco, entre atentando y atentado, los émulos de Bin Laden se nos fueran comiendo las hamburguesas y la moral globalizada.

Esperemos que Roma resista.

Escritor y periodista