A ver si iba a tener razón Zapatero con esas clasificaciones y dicotomías suyas de la derecha democrática (la de Adolfo Suárez) y la extrema derecha (la de Mariano Rajoy).

A ver si está resultando que el partido conservador, cautivo, mas no desarmado, por el ala dura, por los fusileros de José María Aznar y de esa nueva Pilar Primo en que se está convirtiendo Esperanza Aguirre, se dirige, provisto de bombas mediáticas y de un matacucarachas, hacia posiciones radicales, intransigentes, hacia la intolerancia y la verdad, hacia el dogma.

A ver, porque la artillería periodística de la derecha, democrática o extrema, le está señalando a Rajoy un rumbo que es como un campo minado, pero no precisamente según los versos de Petisme, sino cebado con dinamita minera y ácido bórico.

Este producto o ácido, el bórico, súbitamente de moda al haber aparecido en la alacena de un terrorista islámico, junto a las aspirinas, las gomas y el mercurio cromo, no debe confundirse con el úrico, más marisquero y caro, y raramente objeto de proceso judicial.

El ácido bórico, el matacucarachas, el del hombre de Raid, que las mataba bien muertas, es un poco el que la derecha fetén quiere aplicar a la invasión de bambis, ciervos volantes y escarabajos peloteros que tomaron Moncloa y los ministerios a resultas de la conspiración de Rubalcaba, hoy por hoy la bestia o cucaracha negra de la derechona paellera, marisquera y úrica.

A Rubalcaba, el Rasputín de Zapa, el hombre que, con un poco de suerte y menos ácido bórico que Barrionuevo o Corcuera podría acabar con ETA, le quieren dar Raid, rociarlo a base de bien con ácido bórico, persiguiéndolo, si es preciso, por toda la cocina del poder, hasta ponerle el caparacho boca abajo como en la metamorfosis de Kafka.

Pero Rubalcaba, no en vano se conoce las tuberías y caños, los procedimientos y conductos del submundo político, no se va a dejar atrapar tan fácilmente, y a lo mejor incluso llega a ser él, como Rasputín y ministro, quien se transmute en el cazacucarachas de Raid y se líe, spray en mano, a desinsectar a esa derecha pelona que se ha quedado calva de tanto conspirar.

En el fondo de estas pobres intrigas, de la guerra entre cucarachas y hormigas rojas, late una sinrazón democrática: la renuncia, por parte de destacados líderes del PP, a aceptar los resultados de las últimas elecciones generales, y la seguridad por su parte, amparada en la dinamita asturiana y en el ácido bórico, de haber sido víctimas de un complot.

Como ya le sucedió a José María Aznar durante sus largos años en la oposición, dichos líderes, hoy apartados del poder, se manejan peor frente al Gobierno que allí. Aznar necesitó a la prensa para, tras un lustro de derrotas, expulsar a Felipe, a sus Rubalcabas, y también a sus cucarachas. Ahora, de vuelta a la oposición, el PP intenta repetir la jugada, rociando a Zapa con una ráfaga de ácido bórico y anestesiando a la opinión con la amenaza de una plaga.

Parte del país se parte con la guerra de insectos, tan absurda como una metáfora de Pepe Gotero y Otilio en el domicilio de Acebes, donde seguro que hay, siempre a mano, un bote de Raid.

Escritor y periodista