Parece que se acaba esta auténtica cuesta de enero septembrina, los gastos de las vacaciones y la rentrée colapsaron ayer los bancos, atascaron montones de cajeros, formaron colas interminables y malas caras. Así es el final de septiembre, duro de pelar, inalcanzable según las estadísticas, con su euriborcico recién repunteado, y con la bolsa saltando alegremente por encima de los 13.000 puntos. Se ralentizaron los sistemas antediluvianos de "estamos validando su libretilla", "esta operación no tiene comisión". Grandes colas sucursalísticas, preinfartos y socarramientos. A media mañana ya había estallado el calor y el opíparo endeudamiento recalentaba las tarjetas. No se podía pasar más de diez minutos sin gastar, sin comprar, sin invertir lo que fuese. Las acciones iban locas por los luminosos y las colas de los bancos parecían a punto de crack.

Y el Estado, como casi siempre, en los juzgados. Todo sólido, endeble, bamboleándose al filo de ayayay, entre la Liga y el CSI. La patria se despertó preventivamente arruinada, con todas la expectativas y ensoñaciones puestas a secar al sol, aunque a media mañana el optimismo reflorecía en las declaraciones gubernativas, los anuncios de empresas y las riñoneras despejadas al cambio climático.

Hay días en que todo da espanto y pavor, que los buses pasan de largo sin parar y que las caras son más largas que el propio y eterno fin-de-mes. Pero a media mañana empiezan a bailar los dígitos, caen las nóminas con el alegre tintinear de las tragaperras, el funcionario reviene en si, se disipa la apatía. Claro que el sistema se chupa lo suyo más los intereses, el euríbor, el largo y despilfarrativo verano, el plasma, los móviles, los automóviles, los tanatorios, la cartera, las deportivas, los estimulantes, los somníferos, las bodas, divorcios, uf, cuántos gastos, qué está pasando. Y luego, enseguida, el glorioso viernes fanático, el primer viernes de mes, a ver qué hay abierto, cuántos bingos, ruletas, mercadillos, restaurantes, agencias de viajes, paraísos del sofá, hipermercados, ¿quién abre el sábado? Este círculo despilfarrante mantiene a tope las ruedetas de la fortuna indigente, la opípara precariedad velocipédica, lo sabemos, sí, pero no hay manera de bajarse. Es como lo de las urbanizaciones: todo el mundo protesta. Pero alguien las compra.

Periodista y escritor