He aprovechado un par de días de este agradable acueducto para viajar con mi familia por distintas localidades de la Sierra de Luna, de la Sierra de Santo Domingo y de las altas Cinco Villas. El paisaje, al que aún no han llegado casi los primeros fríos parece una falsa primavera, con verdes prados, arroyos en las laderas y unas nubes foscas que venían desde el oeste de la península para dejar algo de cellisca y aguanieve. Este rincón de Aragón, uno de los menos accesibles, es una auténtica maravilla.

El paisaje y la vida de los pueblos lo marca la montaña, como en el resto del Somontano. Los días son cortos, las noches frías y los refugios, ay, escasos. Intentamos comer en Biel, la localidad más enclavada. El único restaurante que servía comidas ya tenía todo reservado. Como llevábamos un sencillo pic-nic, comimos de mochila con menos confort pero mejor paisaje. La siguiente población, Luesia, donde la información turística brillaba por su ausencia, era la versión contraria: todo estaba vacío. Y así llegamos a la hora del café a Uncastillo, magníficamente restaurado por sus orgullosos habitantes e hijos del pueblo en la diáspora. Pero también poco apto para acoger al turista: en un bar de la ronda se negaron incluso a hacerles unos bocadillos a una familia hambrienta que, a buen seguro, no volverá por allí. Menos mal que a veinte minutos está el Parador de Sos, que salva la insignificante hostelería de la zona. ¿Este es el modelo turístico excelente? Pues ¿saben? No funciona.

Periodista