PEra mi tía abuela, y además, una de las personas más trascendentales en mi vida. He tardado unos días en escribir este artículo, que no va dedicado a ella específicamente, sino a todos los familiares que fallecen y más concretamente a los que un buen día nos quedamos sin ellos. En realidad, va dedicado a todos, que nadie escapa a un hecho esperado, conocido, pero siempre desconcertante. Encaramos la Navidad, el día oscurece casi a su mitad, el ambiente parece más intimista que ningún otro mes del año; y a la vez leemos noticias de asaltos a viviendas, de subidas del tipo de interés, de reformas del Estatuto de Autonomía; un vértigo diario, casi continuo, que se ve bruscamente interrumpido por un suceso que sustituye todo lo demás, y que hace que por unos días, o al menos una horas, volvamos a nosotros mismos, a nuestra infancia y juventud, a los momentos que fueron compartidos y a los que no lo fueron. En días así, se descubre qué es importante de verdad en la vida, cómo apreciamos más a los vivos, cómo distinguimos con nitidez lo relevante de lo que no lo es. José-Ángel Biel tuvo el gesto de acudir al funeral. Un acto humano, no político, que todos le agradecimos.

Abogado