Última reunión a 25 del Consejo Europeo. En la próxima, con Rumanía y Bulgaria, la Unión Europea (UE) habrá pasado de 6 a 27 estados miembros en 50 años. Y hay más en el horizonte. Las negociaciones con Turquía patinan, pero no se rompen. Croacia espera impaciente. Y el Parlamento Europeo pide que se mantengan los compromisos con los demás países balcánicos.

Las ampliaciones son parte del éxito de la UE. Pero las que están por venir plantean el problema de la identidad y la operatividad de un conjunto cada vez más amplio y diverso. Por ello, el debate sobre la capacidad de absorción de nuevos miembros ha sido vivo en el Consejo. Pero no se trata de absorber, sino de integrar, haciendo compatible el número con la eficacia y la coherencia en objetivos y políticas.

Hasta ahora, cada ampliación había ido seguida de una nueva etapa de integración. Ambos procesos, ampliar e integrar, mantenían el equilibrio. Pero últimamente la ampliación se acelera y la integración se paraliza. El equilibrio se ha roto y el proyecto puede diluirse. No podemos seguir aumentando la altura del edificio sin afianzar sus cimientos. El Parlamento Europeo le dice al Consejo que continuar con las ampliaciones exige previamente reformar instituciones y reglas de decisión y disponer de recursos suficientes para las políticas de cohesión. Y ello implica encontrar una salida al impasse constitucional.

HACE SEISmeses, el Consejo Europeo decidió prolongar el periodo de reflexión durante un año. En este tiempo, Finlandia ratificó el Tratado Constitucional. Pero me temo que no habrá más ratificaciones y que el texto deberá ser revisado, porque, nos guste o no, la unanimidad es necesaria. Es una buena noticia que la cancillera alemana, Angela Merkel, haya anunciado que invertirá en ello todas sus energías. Aunque es seguro que no podrá acabar el trabajo --las elecciones francesas están demasiado cerca del final de la presidencia alemana-- es urgente marcar un camino. En el 2007, no solo se celebra el 50 aniversario del Tratado de Roma: también los 10 años del de Amsterdam, el primero de los intentos fracasados para dar una adecuada estructura institucional a la Unión.

A pesar de todo, la Unión Europea sigue funcionando en lo cotidiano. Hemos conseguido resultados importantes, como la directiva de servicios o la que regula los efectos ambientales de la industria química. Pero la toma de decisiones es cada vez más lenta y difícil. La exigencia de unanimidad en algunas áreas clave es cada vez más paralizante.

Y, como ha dicho el presidente Barroso, "no se pueden hacer las políticas de mañana con los instrumentos de ayer". En la necesaria revisión, habrá que evitar debatir de nuevo sobre los valores o las reformas institucionales acordadas. Podríamos seguir discutiendo indefinidamente sin alcanzar nunca un consenso mejor.

EN OPINIÓNdel Parlamento Europeo, hay que preservar lo esencial del Tratado Constitucional y respetar el equilibrio y los compromisos alcanzados en la primavera del 2004. La denominación no debe ser un tabú: mini o maxi, Tratado o Constitución, lo importante es su contenido operativo. Pero recordemos lo que hemos aprendido de esta experiencia. Un acuerdo entre todos los gobiernos es, desde luego, necesario, pero no suficiente. Detrás hay procesos de ratificación difíciles que requerirán muchas más explicaciones. La época en que los avances europeos los hacían políticos o técnicos visionarios mediante acuerdos entre gobiernos, ante el consenso blando de los ciudadanos, se ha acabado. Ya no será posible seguir construyendo Europa sin un fuerte compromiso de sus pueblos.

Y para eso hace falta una Europa que se ocupe de sus problemas cotidianos, su seguridad, su prosperidad y su bienestar. También de sus sueños y esperanzas. Y ello quiere decir desarrollar la dimensión social de la integración europea. Este es el mensaje del congreso del Partido Socialista Europeo celebrado el pasado fin de semana en Oporto. Los europeos solo se interesaran en la construcción europea si ven en ella una manera de defenderse de los efectos negativos de la globalización y aprovechar mejor sus oportunidades, evitando que la competencia entre empresas se convierta en una competencia entre sociedades a través del dumping fiscal y laboral.

Esos riesgos y oportunidades se concentran en dos grandes desafíos de nuestro tiempo: el que forman la tecnología, la energía y el medio ambiente por un lado, y el de la demografía, la inmigración y el multiculturalismo por el otro. Ambos afectan a nuestra influencia geopolítica, a nuestra independencia y a la posibilidad de extender al conjunto de la humanidad el bienestar de nuestras sociedades desarrolladas. En ellos puede encontrar la Unión de los europeos un nuevo impulso y una nueva ambición.

ENERGÍAy medio ambiente, por ejemplo, son las dos caras del mismo problema. No tenemos un problema de energía, tenemos un problema de descarbonificación de la energía. Solo la innovación tecnológica puede aportar la solución a través de las energías alternativas renovables. Y ese es un campo en el que Europa tiene ventaja. Podemos reducir nuestra dependencia desarrollando al mismo tiempo nuestra economía. A semejanza del Tratado del Carbón y el Acero de 1952, podríamos conjugar nuestros esfuerzos en un proyecto coherente que aunara energía, medio ambiente e investigación aprovechando la dimensión y la fuerza de la Europa unida. La emigración y su corolario, el desarrollo de África, es otro de los problemas que, después de haber abierto sus fronteras interiores, ningún país europeo podrá resolver solo.

La Unión se amplia, sí. Y lo seguirá haciendo. Pero hay que evitar que seamos cada vez más europeos y en cambio tengamos cada vez menos Europa.

Presidente del Parlamento Europeo. Socialista.