Fue un hombre que no desoyó la llamada de la política cuando más difícil era, para personas como él, participar activamente en ella. Me refiero a Miguel Ramón Izquierdo, abogado de renombre merecido y que, siendo decano del Colegio de Valencia, recibió una propuesta de quien entonces las podía hacer para ser Alcalde de su Ciudad y lo fue de los que dejan huella. A comienzos de los ochenta, completó su labor política fundando Unión Valenciana, un partido de vocación regionalista sin veleidades independentistas como se llama ahora, al separatismo; respondía así, dijo, al intento "de desfigurar la historia de Valencia" con historias nada veraces en ocasiones, cuando no mendaces.

Contaba Miguel Ramón Izquierdo que en aquel tiempo, "habían aparecido las subvenciones de la Generalitat de Barcelona a entidades catalanistas asentadas en Valencia" y que también había comenzado a expandirse un valenciano que no era el que enseñaba la Real Academia de Cultura Valenciana que "para mí, sostenía Miguel Ramón, es el único reconocible". Valencia tampoco quería cambiar su identidad por la de otros, aunque fueran primos hermanos o dicho de otra manera, no quería que los valencianos fuesen los primos.

U.V. mantuvo unas cordiales relaciones con el PAR y con Unión del Pueblo Navarro, que encabezaba entonces Jesús Aizpún, contribuyendo los tres partidos a que el amplio y generoso espacio de la política regionalista no se abandonara, como pasó en otros territorios, a agrupaciones que eran de clase antes que regionalistas y que con diversos nombres jugaban al equívoco táctico de diluir la idea de España y algunos, encima, al imposible de reivindicar ilusamente franjas regionales ajenas; los imperialismos pequeñitos también existen y no basta deplorarlos, hay que oponerles barreras hechas con memoria, entendimiento y voluntad para impedirles progresar.

Tiempos difíciles los que vivió Miguel Ramón como son en general los tiempos políticos. No los conoció bonancibles; sus protagonistas luchan para mantenerse en el poder o para alcanzarlo y pocos, para atraer a la gente espacios de necesario cultivo común, esto es, para hacer política solidaria, la única útil. Por supuesto, intervenir o no intervenir en la política dista bastante de ser una decisión solamente personal; continuar en ella indefinidamente, acaso sí. Miguel Ramón Izquierdo no era en absoluto un hombre llamado al ejercicio cotidiano de la política y sí era un hombre consciente de sus deberes públicos. Es esto último lo que explica su relativamente larga trayectoria política en la que una etapa notable fue su estancia en el Congreso de los Diputados entre 1982 y 1989 en la coalición de los cinco partidos (PP, PDP, UV, UPN y PAR).

A aragonesistas, navarristas y valencianistas nos unía el propósito de aunar fuerzas que electoralmente fuesen más eficaces y que, al mismo tiempo, asegurase la voz de nuestras respectivas regiones. Aunque en el grupo popular fuimos tratados con respeto, predominaba un espíritu que no ofrecía expectativas demasiado halagüeñas. Tampoco fueron lejos los ensayos de contar con otros partidos regionalistas que parecían más viables en Navarra y en los viejos territorios de la Corona de Aragón, acaso por un hábito histórico de autonomía adormecido pero no perdido, no sé.

Repasando situaciones actuales contra las que él hubiera sabido luchar con su personalidad firme aunque nada aparatosa, Miguel Ramón lamentaba en su última entrevista periodística la ausencia de liderazgo que observaba hoy. En política nunca dejan de cubrirse las vacantes; otra cosa es cómo se cubran. También aludía a la evolución de su partido y repartía culpas: "todos tuvimos alguna, dijo, pero los responsables máximos fueron los que crearon la Academia Valenciana de la Lengua con su mayoría catalanista. Ahora, concluía, estamos rodeados de un ambiente traidor". No me siento capaz de discernir la razón o la sin razón de esas palabras, pero cuantas emitía Miguel Ramón siempre me parecieron fiables. Es evidente que algo falló también en U.V. y en sus militantes, pero uno lo desconoce.

En fin, ahora trato, principalmente, de loar lo que significó para Valencia la figura y la obra de un hombre bueno y sabio, amigo entrañable y dotado de una clarísima idea de sus responsabilidades. En aquella entrevista, también manifestó que le era posible abdicar de muchas cosas, pero de ser valencianista "ni puedo ni quiero". Como valencianista de ley que siempre supo ser nunca se hubiese apartado de "ofrendar nuevas glorias a España".