La derrota del partido Ley y Justicia (PiS) en las elecciones legislativas de Polonia ha sido acogida con alivio en Europa, ya que la mayoría de los gobiernos de la Unión Europea soportaron con preocupación, durante los dos últimos años, la desviación xenófoba y reaccionaria de los hermanos gemelos Kaczyinski. La victoria con más del 40% de los sufragios correspondió a la Plataforma Cívica de Donald Tusk, derechista, partidaria de un liberalismo a ultranza, pero respetuosa de los principios democráticos y las formas civilizadas para gestionar esta etapa de dinamismo económico y naciente Estado del bienestar, en concertación con la UE.

El casi medio siglo de socialismo real bajo vigilancia soviética aupó al nacionalismo y dejó sin espacio político a una izquierda que debe sacudirse el estigma de su colaboración con el poder exterior y las heridas no cicatrizadas de la memoria histórica. Un Gobierno de coalición de Tusk con el Partido Campesino puede aportar estabilidad y actuar de freno para el repliegue nacionalista que impera no solo en Polonia, sino en otros países de Europa oriental. La clase media emergente ha depositado su confianza en los que propugnan un liberalismo con rostro humano, capaz de enterrar el pasado y contribuir a paliar los desastres del discurso vengativo de los Kaczynski. Por eso Europa saluda con esperanza a un socio más conveniente y menos sectario.