La factura del gran negocio del mundo se escribe con sangre. Es tan reveladora que sobran los adjetivos. El mayor fabricante mundial de armas se llama Robert Stevens, presidente de Lockheed Martin, modélico inversor según los "grandes" medios económicos, y socio de las compañías españolas Navantia y EADS-CASA. EEUU es el mayor exportador del mundo, obsesionado con nuevas guerras que eliminen su propio stock. Se fabrican al año entre 10 y 14 mil millones de municiones para armas pequeñas, y no se sabe cabalmente el destino último del 83% de ellas. España es el octavo fabricante y principal exportador al África Subsahariana. Y, por supuesto, no importa si los clientes son estados democráticos, tiránicos, o grupos armados, puesto que el conflicto es la razón de ser de este negocio, y la muerte su destino más boyante. Hay en el planeta entre 50 y 70 millones de fusiles de asalto AK-47, el viejo Kalashnikov, casi todos en grupos armados que decimos repudiar. Y casi 650 millones de armas pequeñas, el 60% particulares, y responsables de miles de muertes al día. Algunas las disparan niños. En Zaragoza Instalaza fabrica bombas que matan a discreción. Ocultamos aquello que es más repugnante a los ojos de los demás, y hacemos de la hipocresía un valor social en alza. ¿Será que la responsabilidad de España es aún peor de lo imaginado? Si no, no sé a qué se debe tanta ocultación por parte del Gobierno y los fabricantes. Transparencia, y luego prohibición. Porque el silencio es cómplice. Pincha intermonoxfam.org. Periodista y editor