Una gigantesca bandera de España ondeará permanentemente tras la celebración de la semana de las Fuerzas Armadas junto a la estatua de Juan de Lanuza en la Plaza de Aragón. No queda tan lejos de nosotros la polémica que se desató en octubre de 2002 cuando el PP tomó la decisión de plantar otra bandera gigante en la plaza de Colón de Madrid. En aquel tiempo el PSOE advertía (según palabras de su portavoz en el Congreso, Jesús Caldera) de que "hay que ser muy cuidadoso" con este tipo de actos para "evitar su deslizamiento hacia comportamientos que puedan herir las sensibilidades de comunidades autónomas con símbolos que merecen el mismo respeto", al tiempo que recordaba que la Constitución reconoce otras culturas y banderas en España.

Desde la visión del nacionalismo aragonés que encarna Chunta hemos de decir que respetamos profundamente la voluntad de reservar un espacio público para los homenajes que quieran dedicarle a la bandera española quienes se sienten fuertemente imbuidos por un sentimiento nacionalista español que, indudablemente, forma parte de la cultura cívica de un sector de aragoneses. El mismo derecho que reclamamos para nosotros los que nos sentimos principal o exclusivamente nacionales de Aragón. Que nadie se equivoque, pues, a este respecto: nuestra nación es distinta a las demás y, por ser diferente, el talante abrumadoramente mayoritario de los nacionalistas aragonesistas carece de los prejuicios sectarios, violentos, intolerantes, discriminatorios e incluso anexionistas que tan lamentablemente han llegado a calar en los usos políticos y sociales de amplios sectores de algunos nacionalismos.

PERO LA ELECCIÓN de este emplazamiento para el homenaje a los símbolos del Estado y nación española en Zaragoza resulta, como mínimo, desconsiderado. Sin entrar en recapitulaciones históricas que serían demasiado prolijas para estas pocas líneas, no es posible ignorar que desde finales del siglo XIX, en una sociedad que ya reflejaba una realidad con respecto a los sentimientos de identificación nacional muy similar al amplio abanico que conocemos hoy día en Zaragoza se definieron dos espacios de referencia diferenciados --muy sensata y pacíficamente pactados entre unos y otros-- para el homenaje a nuestros distintos referentes identitarios. Éstos fueron, la plaza de Aragón, con su monumento al Justiciazgo, para los aragonesistas, y la plaza de España, con el suyo a los mártires de la patria, para los más encendidamente españolistas. Ambos monumentos se erigieron, además, el mismo año: 1904.

Es un acto indelicado y agraviante para quienes tenemos una memoria histórica menos selectiva que la que sólo repara en acontecimientos en clave españolista, el que se coloque como enseña preeminente en el cuadro de banderas (españolas y aragonesas) que le rodean, precisamente la del Estado español, en aras de cuya conformación se pisotearon con violencia y humillante ocupación militar la independencia y la foralidad aragonesa para adulterarlas primero (en 1591, por Felipe II de Castilla) y liquidarlas después (en 1707, por Felipe V, hecho cuyo 300 aniversario ninguna institución aragonesa tuvo el decoro de conmemorar en 2007).

RECLAMAMOS, pues, un decoroso respeto para uno (tal vez el más importante) de los santuarios identitarios del aragonesismo, sabedores de que en nuestra capital existen lugares no menos emblemáticos, dignos y populares para las referencias españolistas. Déjese el mástil junto al Justicia para que el señal de Aragón pueda ser allí objeto de sus debidos homenajes. Y en la consolidación de los referentes identitarios que abran nuevos cauces al instinto cívico y solidario de los aragoneses del siglo XXI, plantéemonos también la presencia digna y esperanzadora de una gran bandera europea en nuestra desnuda, inhóspita e ignorada plaza de Europa.

Secretario de Política Cultura e Identidad Nacional de Chunta Aragonesista