Cuando era niño no teníamos red de agua en el pueblo. Hasta los años cincuenta del siglo pasado nada de nada, solo en las acequias, en los caños o chorradores donde se llenaban los cántaros y en el abrevadero de las mulas pero ni un grifo en las casas. Se nos decía que "el agua corriente no mata a la gente". Y los niños de la escuela bebíamos del botijo y éste de la acequia, y la acequia del río. Y a veces a morro, como salvajes, libres, desnudos, apartando la glera en el cauce del río con las manos, bajo el sol implacable y la mirada invisible de un dios invisible, distraídos de una madre solícita que lavaba la ropa, de rodillas, aguas abajo del tollo donde nadábamos.

Ni siquiera habíamos oído hablar del cloro; sí, de la lejía, del sifón y de la "gaseosa de la samaritana". Pero en general bebíamos solo agua, y en verano algunas veces agua de limón, que era lo mismo que el agua del Matarraña pero con limón de Xerta. En aquel tiempo pedías agua y te daban un vaso de agua en el bar y te la daban, oye, o cogías tu mismo el botijo del mostrador. ¿Agua de calidad? Distinguíamos solo entre el agua potable y el resto, que podía ser salobre, blanda o agua sucia, y podía estar eso sí más o menos fresca. Algo habíamos oído de otras aguas: medicinales y milagrosas, pero no eran de nuestro mundo y había que traerlas de lejos o ir a tomarlas. El agua de cada día era el agua de botijo. Vino después el agua corriente a domicilio, que había que pagar y se pagaba, como ahora, pero que se podía beber y se bebía hasta que llegó la de botella.

Eso era antes, pero hace ya muchos años que casi todos los vecinos que conozco beben agua embotellada. Cuando llegue a Zaragoza el "agua de calidad" no creo que la gente vuelva a beber aquí agua de grifo, aunque la traigan del Pirineo. Y no lo creo porque la gente en su mayoría, incluidos los inmigrantes, beben en Zaragoza agua de botella no porque sea mejor para su salud que la del grifo --que no consta-- sino porque ésta es más vulgar y la primera más cara.

Una vez propuse hacer un estudio comparativo sobre las consecuencias que tiene para la salud beber agua de grifo o de botella en Zaragoza. Bastaría con elegir una muestra suficientemente representativa de los que siempre han bebido aquí agua de grifo, cada vez menos, y de quienes han bebido por el contrario agua de botella. Incluso podría distinguirse, en el segundo caso, entre quienes la han bebido con burbujas y sin ellas. Más interesante sería aún extender el estudio a otras variables: distinguir, por ejemplo, entre agua de Jaraba y agua de Vichy, sobre todo si eso contribuye como es previsible a levantar la moral y el negocio de los aragoneses. Lo que no procede ya en un mundo secularizado es tentar a Dios extendiendo la investigación al agua bendita y a la profana.

Pero por desgracia un estudio sobre las consecuencias del agua, de las aguas, en la salud de la población no parece deseable y no se hará. Va contra los intereses del mercado y contra el trasvase invisible del agua envasada, y fomenta la igualdad en la satisfacción de necesidades básicas. ¿Se imaginan qué sería si todos bebiéramos agua de grifo en las ciudades, sin diferencias entre ricos y pobres, nativos y forasteros, africanos y europeos, si todos tuviéramos en el mundo acceso al agua potable y éste fuera en efecto un derecho humano reconocido? No. Y menos aún lo que podría llegar a ser la humanidad si emprendiéramos ese camino hacia las fuentes, al paraíso perdido, a la utopía, de la sed al agua y no a la inversa, como el ciervo. Porque lo primero es la sed, la necesidad compartida, la compasión y, después, la satisfacción cumplida y la convivencia. Perdida la infancia sin artificio, la vida en la naturaleza junto a los ríos, el cántaro y el botijo el camino va de las aguas --con mil gustos, hay cata de aguas como de vinos-- al agua para todos. Y ese camino pasa hoy por el agua de grifo por un tubo, contra corriente. Porque el agua es buena si la sed es buena. ¿Y qué tiene de malo el agua de grifo? Espero que me lo digan, yo no lo sé. Solo sé que estoy bien, y que en Zaragoza siempre he bebido agua de grifo.

Filósofo