Tras la desaparición de la peseta, la Selección de fútbol era el último vestigio unitario, de cohesión, que quedaba en el imaginario nacional, y por sus pobres resultados en las competiciones internacionales, por su tristeza y sus complejos, incluso por el crudo contraste cromático entre las prendas de su uniforme, no podía decirse que el tal vestigio excitara a la unidad precisamente, y tanto era así que en los últimos tiempos se había producido la defección, en estampida, de muchos aficionados patrióticos, quienes, engullidos por la dispersión localista, se habían replegado y habían colocado toda su pasión, su afecto y su delirio en los equipos de sus ciudades, de sus regiones, de sus pueblos o de sus naciones primigenias, antes patrias chicas y ahora patrias inmensas.

Sin embargo, y según hemos podido comprobar tras la agónica victoria sobre Italia, el fenómeno no era del todo irreversible, pues la clave para la supervivencia del complicadísimo sentimiento patriótico español, bien que en esa última modalidad futbolera, estaba, al perecer, en pasar de cuartos.

La identificación en el fútbol es, como se sabe, su esencia, esto es, el sentir que uno gana algo, que vence, que triunfa, si el equipo de uno gana, vence y triunfa. No son, pues, los colores los que se sienten, sino lo que son capaces de hacer esos colores, que por eso entre las clases más desfavorecidas y apesadumbradas, más necesitadas por tanto de consuelo, se da la mayor proporción de adeptos a los grandes equipos triunfadores, Real Madrid y Barcelona sobre todo.

Pero, ¿quién podía, sin ser un héroe como el de Cascorro, identificarse con vistas a un mayor bienestar con la Selección Española de Fútbol, esto es, con casi lo único que quedaba de la España malamente construida a lo largo de la Historia?

Sin embargo, y pues el fútbol es una de las pocas cosas sorprendentes que quedan, dos chicos, Casillas y Cesc, bien que con el concurso de otros cuantos chavales, han venido a remediar momentáneamente eso, y hoy, y como mínimo hasta el partido contra Rusia, la identificación plena con La Selección, con el único resto tangible aunque hasta ahora fantasmal de España, es, lo que son las cosas, una sensación muelle y grata.

Periodista