Los rescatadores eran en mi infancia --ahora no lo sé, tendré que hacer una encuesta tipo CIS entre las criaturas de mi vecindario--, unos ratones muy salaos que volaban en una vieja lata de sardinas usada como asiento de primera clase a lomos de una gaviota. Se llamaban Bernardo y Bianca en la primera versión de Disney de 1977. Luego evolucioné (aunque la evolución, o quizá por eso, sea pecado y el pobre Darwin un mamarracho para Rouco y Cañizares) y mis nuevos rescatadores fueron Humprey Bogart en Casablanca y más tarde Ralph Finnes haciendo de Paciente Inglés. Pero hoy me temo que los únicos rescatadores de los que se habla son esos vivalavida que no rescatan ni una trucha sin sabor en una piscifactoría y que debaten cómo salvar el capitalismo y a las víctimas de la crisis. Tarea imposible por su incapacidad y su verdadero objetivo que es solo recatarse a sí mismos, vamos, un compadreo entre banqueros, ricos y tal. ¡Que poco trabajar!, que hubiera dicho mi abuela. Es como andar rescatando titulares chorras en las teles y los periódicos para salvar el desconcierto de la oposición, tarea ingente de gabinetes de prensa y medios empeñados en derribar al alcalde de la ciudad donde trabajo la mitad de la semana (o sea Zaragoza, porque en la otra mitad me he de buscar los garbanzos un poco más lejos) que no otra cosa es la obsesión mediaticopepera del Seminario que ya se les acaba.

O rescatar la moral de los demás, sin que nos apetezca, en que se empeñan los salvadores de la conciencia, no sé si para huir de su aburrida realidad frente a la diversión que muchos encontramos en lo que llaman nuestras perversiones.

Claro que para rescate, el de Benedicto Dieciséis frente a la crisis. Es único. Al señor Dieciséis le debemos la fortuna de haber encontrado el lado bueno de la crisis de la que él y los suyos parecían los únicos avisados por sus buenos amigos los ricos del mundo. Ya saben, sabían con meses de antelación que las bolsas se desplomaban y fueron avisados de que convenía vender todas sus inversiones en acciones por el mundo para comprar oro. Pero a lo que iba: gracias a la crisis y que a la gente se le está jodiendo a marchas forzadas la alegría de agenciarse comidas y bebidas de postín y tres o cuatro cenas fuera de casa por semana para cerrar el año, vamos a descubrir el verdadero sentido de la navidad. Debe ser por el rollo ese de "Bienaventurados los pobres porque de ellos será el reino de los cielos", que digo yo, que tras las frustrantes y amargas experiencias terrenales con las hipotecas que duran 30 años ¿quién quiere pasarse la vida llorando para tener plaza fija en el cielo? ¿No será mejor montar una buena revolución o por lo menos tres o cuatro movidas democráticas para reforzar el maltrecho estado del bienestar, aprovechar el tiempo para la felicidad y aplicar en vida y en la tierra unas dosis de justicia social? Y ya de paso, políticas ambientales porque si no la tierra se nos viene abajo a la velocidad del deshielo de los polos y los ateos y los agnósticos no tenemos donde ir. Y ser pobre no tiene nada de divertido.

En el fondo es que lo único que yo hubiera rescatado de la navidad son el cardo con almendras para la cena y un visionado con cojín recogelágrimas de mi adorada Que bello es Vivir (Frank Capra, 1946). Pero resulta que ceno cardo cuando me place (ayer sin ir más lejos) y que el maravilloso mundo del DVD y el emule me traen las penurias de James Stewart, el único banquero en el que puedo creer y eso por que no existe, cuando quiero (esta noche por ejemplo). Será que las únicas tradiciones que respeto son los Reyes Magos (otra excepción, en este caso la única monarquía que valoro), el fuego del solsticio de verano que algunos llaman San Juan, y la lectura de los clásicos como Stendhal (sobre todo La Cartuja de Parma) y Engels (que grande es El origen de la familia, la propiedad privada y el estado). Dos grandes rescatadores, en mi opinión, contra el proceso de infantilización aguda y anorexia cultural de los humanos que hace que nos olvidemos de que lo visible de las cosas suele ser el efecto y no la causa, justo lo que hemos de buscar. Pero siempre nos quedarán los cuerpos solidarios de los bomberos zaragozanos y sus torsos rescatadores impresos en su calendario de 5 °. Fíjense en mayo y marzo, por ejemplo. Ah, que entretenido es vivir!

Periodista y editor