La ministra Elena Salgado nos dice que no somos Grecia. Lo dice para que estemos tranquilos, especialmente los funcionarios. La decisión del Gobierno griego de reducir la nómina de la plantilla pública para contribuir a recortar el déficit ha provocado huelgas y movilizaciones en aquel país. La ministra descartó imitar esta medida. Incluso aseguró que no se tocaría el sueldo de los funcionarios y que las medidas de ahorro previstas consistirían en sustituir solo un 10% de las bajas y jubilaciones que se produzcan. Nosotros, más que Grecia, siempre hemos aspirado a compararnos con Suecia, especialmente hace unos años, no tantos, cuando éramos pobres. O, mejor dicho, cuando no éramos ricos, si es que alguna vez lo hemos sido de verdad. El modelo de sociedad del bienestar depende mucho de la calidad del servicio público, y la defensa de este servicio nos interesa a todos. Esta defensa pasa por aumentar el nivel de exigencia. Vivimos tiempos difíciles, muchas personas han perdido su puesto de trabajo, muchas temen perderlo y muchas saben que pronto lo van a perder. Dar respuesta a esta realidad será un reto para todos, pero especialmente para un colectivo. Es la hora de los funcionarios. Ellos, y más aún después de lo que ha dicho la ministra, saben que no van a perder su trabajo y que, con la crisis, cada día tendrán más y que este aumento no irá acompañado de un incremento de los recursos. Desde la época de Larra y el vuelva usted mañana ha cuajado la imagen del funcionario holgazán y apalancado que está convencido de que el servicio público es él y no el servicio que presta a los ciudadanos. Esos perfiles todavía existen y conviven con profesionales de vocación y entrega que hacen el trabajo de ellos y de los demás.

Periodista