Afortunadamente, los norteamericanos han olvidado la hosca actitud de ZP cuando no quiso levantarse al paso de la bandera de las barras y estrellas en un desfile militar celebrado en Madrid; eso ocurrió antes de que, el ahora todavía presidente, hubiese llegado a serlo. Aquel gesto solo fue suyo no de los españoles que generalmente sabemos ser hidalgos.

Aunque ZP nunca se mostró religioso en España sino laicista militante y agnóstico, no pareció mal que hubiera aceptado la invitación para asistir al que llaman allí "desayuno nacional de oración" que organiza, año tras año, un lobi cristiano de USA ("una sola Nación"). ¡Bendita asistencia en la medida que sirva para propiciar mejor comunicación entre creyentes y no creyentes!

Sería muy triste que todo ello hubiera sido un simple montaje político si bien, aun ignorando las verdaderas intenciones de ZP, no es condenable esa presencia suya para dialogar con personas que creen en Jesucristo y opino que sería congruente que ese tipo de encuentros se extendieran a sitios como España, donde tanto necesitamos conversar y rezar juntos por el presente y por el futuro.

Una vez de vuelta, ¿qué hará ZP, perseverar en el nuevo camino o insistir en el que seguía? Como Washington no es Lourdes, no hay que esperar milagros pero cabe que el gesto de hablar y orar con creyentes produjera en nuestro presidente alguna reflexión de alcance duradero que le induzca ahora a variar ciertos hábitos de su comportamiento público, ganando en humildad como virtud profana, lo que perdiera de vacía suficiencia.

Creyentes o increyentes tenemos en común tantas cosas que desconocerlas desmentiría nuestra inteligencia. Todos, no sólo ZP, cada uno de nosotros, individual y también socialmente, representamos un haz de posibilidades de ser o de no ser y lo que más importa en ambos aspectos estriba en que aspiremos a ser el mejor o los mejores de los varios "posibles" que habiten en nuestro interior.

TRAS LEER CON pausa el discurso, meditación u oración de ZP, opino que no se propuso impartir doctrina coherente alguna, sino acopiar un cúmulo de cosas que agradaran a sus innumerables oyentes, empleando ideas que pertenecen a cuerpos de doctrina distintos e incluso contradictorios entre sí; por vía de ejemplo, todas las formas de amar son respetables pero eso no permite llamar familia a cualquiera de ellas.

ZP dio la impresión de apuntarse a decir lo que suponía que agradaría a distintas porciones de sus oyentes o lectores del mundo entero. Como decía Groucho Marx interpretando un papel de candidato electoral, a él le interesaban tanto los votos de los fumadores como los de los que no fumaban.

El hilo conductor de la plegaria de ZP, entre el alfa y el omega de lo que nos dijo, no emanaba de un concreto cuerpo doctrinal ni se adscribía a ninguno. Llama la atención la cita bíblica que eligió aunque no leyera la integridad de los versículos 14 y 15 del capítulo 24 del Deuteronomio; ZP omitió el final que es este: "Así no apelará por ello a Yahvev contra ti y no te cargarás con un pecado". Supongo que ZP, como agnóstico que se confiesa, no cree en el pecado pero tampoco cree en Yahvev y sin embargo lo citó. También elogió el laicismo que debe ser su religión.

Hay contradicciones notables entre unos y otros pasajes del discurso y si la verdad y la moral dependieran sin más de la autonomía de cada uno, sería imposible dar fundamento a una verdad y moral ecuménicas porque para "construir la concordia" parece indispensable que asumamos categorías universales. Al defender la tolerancia religiosa ZP no puntualizó que debe ser recíproca, no unilateral como pretenden voces islámicas, esperando recibir aquí el trato que casi nunca se da al cristianismo, en países musulmanes.

Estuvo oportuno ZP al evocar el canto a la libertad de Don Quijote cuando se vio desembarazado de los requiebros de Altisidora, en la campaña rasa de Pedrola, ¡hermoso canto!

En fin, "confiamos en Dios" como afirma el lema de esas reuniones; sí, confiemos aun sin necesidad de desayunar tan lejos. Confiemos también en que la visita de ZP nos sirva a todos de algo, aunque se note que, como confesó el propio orador, el discurso lo había preparado él solo.