Se prepara otra ronda de aceite de ricino. Pero no tema, si es usted del 20% de españoles afortunados. La purga, de nuevo, va a costa de los que viven siempre en precario. Cuando oiga usted hablar de "disminuir el gasto público" --el ungüento amarillo, dicen, para salir de la crisis actual-- piense que lo que de verdad va a quedar temblando es el "gasto social", la partida más beneficiosa para la gran mayoría: pensiones, sanidad, educación... Es decir, todo lo que todavía hace habitable este paraíso mileurista.

La semana pasada, en esta misma columna les informaba de que España es el país que menos gasta en su Estado de Bienestar de la UE-15. Muchísimo menos que la Francia de Sarkozy, la Alemania de Angela Merkel o cualquiera de los países nórdicos. Señalar que necesitaríamos unos 70.000 millones de euros anuales más en gasto social para equipararnos a los países de referencia no es, en contra de lo que un amable lector opinaba, un loco arbitrio económico para "cubanizar" España. No. Los regímenes comunistas se especializaron durante el siglo XX en repartir sólo la pobreza. Yo, en cambio, quiero un país más próspero y justo. Quiero un Estado que elimine gastos superfluos. Que invierta prioritariamente en crear empleo y suba los impuestos a las grandes fortunas. Que no se plantee ahorrar centimillos dejando a las viudas sin pensión. Que ejerza más rigor fiscal. Que acabe con los "pozos negros" de la economía. Que no aplique la ley del embudo a los de siempre. A los de abajo.

Periodista