Opinión

El Independiente

Aquello de lo que nadie habla (¿y por qué?).

En medio del llanto y crujir de dientes, el otro día, en el programa Aragón a debate que realiza nuestra inefable televisión autonómica, se habló de la cosa económica y de lo mal que está (todavía no se había producido el homicidio de ZP a manos de Zapatero). Participaron políticos, agentes sociales, periodistas e incluso un representante de la Asamblea de Parados, que se debió ir el hombre a su casa al borde de un ataque de nervios. Me amorré un rato a la discusión. Allí se le dio a vuelta a casi todo lo que vuela, levita y flota: el cacao político, la burbuja inmobiliaria, los tres mil millones de euros (se dice pronto) que suma la deuda acumulada de la Administración aragonesa, la flexibilidad laboral (ese fantasma que va tomando cuerpo por momentos) y la necesidad de crear puestos de trabajo (¿pero con qué fórmula mágica?). Del alegre gasto que se traen entre manos los jefes, ni media palabra.

Yo esperaba que alguien (al menos alguien de la oposición) bajara al suelo de la Tierra Noble y hablara de cómo se nos van (y se nos van a seguir yendo) los dineros en partidas multimillonarias organizando expos, construyendo estadios cinco estrellas, desparramando absurdos aeródromos por doquier, patrocinando gepés de motos en circuitos que previamente nos han costado una barbaridad, preparando juegos olímpicos, ubicando campus universitarios donde no hay apenas alumnos... En total, cientos de millones de euros de escasa o nula rentabilidad y que por supuesto no frenan el constante incremento del desempleo. Además, claro está, de las consabidas zarandajas: los famosos asesores que ni aparecen por donde teóricamente asesoran, el clientelismo que desborda tanto las sociedades públicas como los entramados comarcales y locales, la externalización de trabajos que deberían corresponder a los funcionarios de plantilla o cualquiera de los innumerables chocolates del loro que juntos son una pasta, porque cada vez hay más pajaritos parlanchines pasando la gorra.

Repito la pregunta del multimillón: ¿Dónde ahorramos? ¿En la sanidad? ¿En la investigación? ¿En la enseñanza? ¿En la asistencia social?... ¿O en las fruslerías y los untos?

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