Opinión
Sala de máquinas
Vida en las Islas Sandwich.
Hasta el siglo XIX, las Islas Hawai no se llamaron así, sino Islas Sandwich. De este modo las bautizó James Cook en honor de John Montagu, cuarto duque de Sandwich, y uno de los patrocinadores de su larga expedición por el Pacífico. Todavía seguían conociéndose por este nombre a mediados del siglo XIX, cuando el aventurero francés Charles de Varigny arribó a Waikiki, tras veintiocho días de navegación, a bordo de una goleta que había levado anclas desde la lejana San Francisco.
Lo que allí se encontró, vio, oyó, experimentó y soñó Varigny nos lo ofrece hoy Ediciones del Viento en una colorida crónica de viajes titulada Mi vida en las Islas Sandwich.
A lo largo de un centenar y medio de páginas de prosa clara o clásica, Varigny nos invitará a acompañarle en sus navegaciones de cabotaje por las hirvientes laderas del volcán Mauna Loa, con las incandescentes lavas vertiéndose al océano, lagos de fuego, las heridas de la tierra convulsionándose en grietas que se abrían y cerraban como las bocas del infierno. Nos hablará el explorador de los misioneros católicos y de sus pugnas con las misiones protestantes, elaborándose, entre unos y otros, una fe a medio camino entre La Biblia y el republicanismo norteamericano. Intentará Varigny, sin demasiado éxito, probar suerte con las primitivas tablas de surf con las que los nativos se deslizaban sobre las olas, inventando un deporte que, con el tiempo, causaría furor. Nadará con ellos, escuchando las increíbles historias de náufragos que se habían mantenido a flote tres días con sus noches. Errando por las playas vírgenes admirará a las mujeres nativas, cabalgando a horcajadas en sus vigorosos caballos, aunque pudorosamente envueltas en sayas de alegres colores. Conversará con los capitanes de los barcos balleneros que entre noviembre y febrero elegían la isla para invernar y reaprovisionarse para futuras campañas. Y, lo que resulta más admirable, Charles de Varigny llegaría a ser ministro del rey Kamehameha V, a quien asesoraría en cuestiones económicas y representaría, como canciller de Asuntos Exteriores, ante las potencias extranjeras.
Un relato fascinante, trenzado de contrastes entre la vida edénica y la presión de las primeras sociedades industriales sobre los últimos paraísos de la tierra, y una reflexión profunda sobre la fulgurante evolución de la humanidad, entre el hacha del guerrero kanaka y el motor de combustión.
Escritor y periodista
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