Opinión
Memoria del General Pinilla
El General Luis Pinilla Soliveres contribuyó constantemente a procurar una España distinta.
Nuestro Ayuntamiento homenajeó, con la Fundación que lleva el nombre del General, a Luis Pinilla Soliveres, concediendo su nombre a una calle de nuestra capital, coincidiendo con el sexto aniversario del fallecimiento de aquel. Aunque en esto de los homenajes son más los olvidados que los justamente rendidos, a mí me pareció un gesto municipal congruente con la figura de un hombre sincero, cabal y que quiso ser él mismo y no las circunstancias, que fueron dramáticas en más de una ocasión.
En julio de 1936, cuando Luis Pinilla era apenas un mozalbete, se vio arrastrado por la marea de nuestra guerra civil y pienso que cuanto le paso, definiría luego su vida entera. Para que los españoles podamos entendernos, algún día será indispensable partir de ver con ecuanimidad que lo ocurrido no fue una mera rebelión militar, lo mismo que la llamada revolución de octubre de 1934 no fue una revolución deseable. Eran dos iniciativas de partes enfrentadas y que no conducían a salvar la convivencia porque perseguían objetivos contrapuestos.
Ahora sólo trato de explicar la figura de un hombre que, en aquel mes de 1936, se transformó en adulto "en horas veinticuatro", como las comedias de Lope que en ese lapso "pasaron de las musas al teatro". Pero lo del 36 no fue comedia sino tragedia en la que muchos, como Luis, pasaron abruptamente de la adolescencia a la madurez.
Luis era hijo del Coronel Pinilla, defensor del Cuartel de Simancas, uno de los sublevados en Gijón y que resistió el duro asedio al que obviamente fue sometido hasta su capitulación, durante treinta y tres días; entre mis recuerdos de niño (tenía poco más de cuatro años y una buena memoria), permanece la imagen del Simancas envuelto en llamas.
Como esas cosas "y otras que recordar no quiero", forman parte de mi almario, al leer la noticia del homenaje al General Pinilla, decidí unirme a él con estas líneas poniendo de relieve su dimensión humana.
AUNQUE sólo he seguido longa manu, una parte de la trayectoria vital de Luis Pinilla, no le conocí ni conversé con él hasta su nombramiento como Director de la AGM, tuvimos allí y entonces, un cordial encuentro del que salió el compromiso bilateral de vernos y hablar despaciosamente sobre las respectivas vivencias de la guerra en Gijón que también mi familia vivió y en nuestro caso, a dos bandas. Pero nunca llegamos a hacerlo.
En aquel encuentro, algo más que fugaz, me contó Luis Pinilla que él había estado preso en la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús (la Iglesiona como la llaman allí por lo sobresaliente) convertida en cárcel republicana y yo le expliqué que allí había estado también mi padre.
Me contó que estando preso (sin más causa que ser hijo de su padre, supongo), un día en que se produjo algo más que un intento de asalto a la cárcel, no sé si con motivo de un bombardeo nacional sobre la ciudad, salvó la vida gracias a un miliciano que, cuando aquella irrupción era inminente, le gritó "¡ven guaje!" y sin protocolos, le aupó a una gran pila de agua bendita y lo tapó cuanto pudo. Pinilla más bien bajo y supongo que bastante enjuto, pasó desapercibido aunque no sin custodia, porque el miliciano, ángel ocasional, "quedose vigilando" al lado de la pila y no hubo más.
Luis Pinilla, creo pero no estoy seguro, fue alférez en la guerra de los que llamaban "provisionales y cadáveres efectivos" por el alto porcentaje de ellos que murieron en la heroica pero triste contienda; él hizo luego una excelente carrera castrense además de crear, ¡junto con el Padre Llanos!, unos estudios de preparación para el ingreso en las academias militares, que se convertiría en una buena cantera de oficiales.
Me contaba un comandante que fue profesor en la AGM cuando la dirigía Luis Pinilla, que sus métodos eran discutibles pero que no dejaban indiferente a nadie lo mismo que su probidad.
Volvamos al Simancas. Cuando cayó el cuartel, Indalecio Prieto publicó en "El Liberal" de Bilbao un artículo subrayando "que en el Simancas" no hubo rendición, que "los insurrectos, principalmente oficiales y con el cuartel envuelto en llamas, siguieron defendiéndose... y así murieron". Prieto concluía así: "descubrámonos respetuosamente ante sus cadáveres..." Verdaderamente, a Prieto no le faltaba humanidad casi en ningún aspecto.
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