Opinión

Sala de máquinas

Un paseo por el Támesis.

La ribera sur del Támesis, un poco lo que aquí llamaríamos margen izquierda, se está convirtiendo en el auténtico motor y en la nueva imagen del renovado Londres.

Siguen siendo iconos de la capital británica, por supuesto, los cabs, los teatros, los trolebuses, las cabinas telefónicas, el venerable palacio de Buckingham o las no menos venerables Tate o National Gallery; incluso los punkies de Camden Market se han casi funcionarizado ya, con su horario fijo y su despacho al aire libre junto a los sótanos de tatoos, pero la modernidad parece haberse instalado frente al Parlamento. Del Big Ben, pongamos, hasta los viejos docks rehabilitados en modernos apartamentos o lofts con vistas al río, rodeados por una oferta cultural y gastronómica difícil de superar, que atrae a una cotidiana multitud. Ese mar de gente, de todas las nacionalidades y colores de piel, que fluctúa junto a las aguas del Támesis, simboliza el pulso diario de una de las metrópolis más cosmopolitas del orbe.

Pero Londres, hace una generación, no era así. La independencia de las colonias y la revolución de los flores lo transformaron. Su río también ha cambiado, adaptándose a los nuevos conceptos del diseño urbano y a las necesidades de los estresados habitantes de ese pulmón económico y financiero que es la City.

Hace años que Zaragoza, con su río Ebro, busca en éste y en otros notables ejemplos modelos para rehacer, primero, y revitalizar, después, ahora, sus riberas.

En las tres últimas décadas, el único alcalde zaragozano que ha sabido entender la importancia y el futuro de tales transformaciones, y que las ha puesto en marcha, ha sido Juan Alberto Belloch. Un político que, a diferencia de otros, ha sabido mirar al río.

Durante su mandato, el Ebro, a su paso por Zaragoza, ha comenzado a dotarse de nuevas instalaciones y a ser asumido por los ciudadanos como símbolo y líquido corazón de su ciudad. La labor que se ha venido haciendo en las riberas puede calificarse de un antes y un después. Los atractivos de la navegación y la práctica de nuevos deportes fluviales vendrán a reforzar una oferta que comienza a despuntar y que, en una década más, concitará buena parte de las actividades de restauración, cultura popular y ocio deportivo de una capital que nunca será como Londres, ya lo sabemos, pero que tendrá su encanto fluvial. Copiemos lo que nos interese e inventémonos lo demás.

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