El pasado 12 de enero, un terremoto de magnitud 7.0 en la escala de Richter arrasó Haití, el país más pobre del continente americano y que, con anterioridad al seísmo, según The World Factbook, contaba con el 80% de su población viviendo por debajo del umbral de la pobreza. Los efectos del terremoto fueron devastadores: al elevado número de víctimas, que algunas fuentes cifran en 300.000 muertos, hubo que sumar la destrucción de la mayor parte de las infraestructuras y demás elementos esenciales de la débil economía haitiana.

Tras la tragedia, una gran ola de solidaridad se extendió por todo el mundo y se aportaron todo tipo de recursos para reconstruir un país asolado, recursos que, seis meses después, siguen siendo imprescindibles, un apoyo internacional que va a ser preciso durante bastante tiempo.

En la agitada y convulsa historia de Haití hubo sin embargo otro mes de enero bien distinto, una fecha memorable: el 1 de enero de 1804. Fue entonces, hace 206 años, cuando Haití escribió una página gloriosa al proclamar su independencia de Francia, convirtiéndose en el segundo país americano (tras EEUU) y el primero de América Latina en lograr la libertad. El proceso se había iniciado en 1791, momento en que la colonia haitiana empezó la lucha armada contra Francia. La insurrección, liderada inicialmente por François Dominique Toussaint-Louverture, culminó en 1804 con la independencia frente a la poderosa Francia napoleónica que fue derrotada por los rebeldes haitianos y supuso el primer caso en la historia universal por el que la rebelión de la población esclava de la colonia (el 85% de Haití), condujo a su emancipación, sentando un precedente definitivo para poner fin al escandaloso comercio trasatlántico de esclavos de África con destino a las colonias americanas de las potencias europeas.

La creación de la nueva República de Haití por los esclavos emancipados, no solo supuso un hito histórico de profundas repercusiones sociales, sino que significó igualmente la quiebra del sistema de cultivo de la caña de azúcar basado en la explotación sistemática y brutal de la población esclava negra. Fue un mal ejemplo para las vecinas colonias francesas, inglesas, holandesas y españolas, y para la sociedad sureña de EEUU, profundamente racista y basada en el sistema de explotación esclavista, el cual no sería abolido hasta la derrota de los Estados Confederados del Sur en la Guerra de Secesión norteamericana.

El poso reaccionario y racista de la sociedad de EEUU, nunca olvidó la emancipación de los esclavos haitianos. Un ejemplo: el 14 de enero, dos días después del terrible terremoto que asoló el país antillano, el famoso (y ultraderechista) telepredicador norteamericano Pat Robertson, afirmaba de forma delirante en la cadena CBN que "miles de haitianos han muerto en el seísmo porque los esclavos de Haití hicieron un pacto con el diablo para obtener la libertad". Ante semejante estupidez con la que pretendía justificar, cual si de un castigo divino se tratara, la muerte de miles de haitianos, sobran comentarios.

Tras esta recapitulación histórica, volvamos a la realidad actual. Desde una perspectiva contrapuesta a la de Robertson, desde posiciones cristianas progresistas, el jesuita Ramiro Pàmpols, director adjunto de las escuelas rurales Foi et Joie (Fe y Alegría) de Puerto Príncipe, recordaba que Haití es un país plagado de "heridas mortales", las cuales no sanarán si, además de la ingente ayuda económica internacional que precisa para la reconstrucción, no se acometen con profundidad y valentía toda una serie de cuestiones de fondo que lastran el futuro haitiano. Pàmpols aludía a la excesiva dependencia de la economía local del exterior, a sus profundas desigualdades sociales, a la inoperancia del Gobierno de René Préval, a la falta de una sociedad civil articulada o a la lacra que supone la corrupción que afecta a las instituciones del Estado, especialmente a la Justicia.

De este modo, Pàmpols nos recuerda que mientras en los años 70 Haití aún gozaba de soberanía alimentaria ya que los agricultores producían el 90% de lo que se consume, tras la supresión de los aranceles sobre la importación impuestos por el plan Reagan-Bush, el arroz norteamericano inundó el mercado local, arruinando a miles de campesinos, que emigraron en masa a Puerto Príncipe.

A ello hay que añadir que muchas familias haitianas sobreviven gracias a las remesas que reciben de la emigración (más de 3 millones, sobre todo, en República Dominicana y EEUU). Además, el éxodo emigratorio es masivo en lo referente a los profesionales haitianos: Pàmpols alude a la "fuga de cerebros constante e imparable" ya que el 80% de los haitianos con niveles educativos elevados han emigrado y 30.000 esperan permisos de residencia en EEUU y Canadá, lo que hipoteca gravemente el futuro del país.

A pesar de la agitada historia reciente de Haití, de sus pasados regímenes dictatoriales, de acontecimientos tan trágicos y devastadores como el terremoto de este año, todos los que amamos al pueblo haitiano tenemos la esperanza de que, del mismo modo que un día fue capaz de romper las cadenas de la esclavitud y levantar la bandera de la libertad y la igualdad, se pondrá de nuevo en pie para romper las cadenas de la pobreza y la injusticia, y caminar hacia esa sociedad de hombres libres con la que soñó hace más de 200 años Toussaint-Louverture. Historiador