Si han leído la información que hoy publica este diario sobre la drástica desaceleración de la actividad en las obras de la Ronda Norte de Zaragoza se harán una idea de lo que se nos viene encima. De hoy para mañana, la actividad del Ministerio de Fomento frena en seco. Se van los currantes, paran los tajos, congelan la inversión... y a cascarla. Ya saben ustedes que en España (y Aragón, la más famosa) somos del pendulazo: tan pronto nos comemos el mundo como no tragamos bocado. "Éstos (por los del Gobierno central y adláteres) no saben gestionar la crisis", me dice una colega. "Querida, le respondo, eso casi sería comprensible; lo inaudito es que no hayan sabido gestionar bien la abundancia". Porque, en mi modesta opinión, de ahí viene todo: de que en la época de las vacas gordas aquí se tiró el dinero con enorme alegría y ahora vamos pilladísimos.

Administrar la escasez ha sido siempre muy ingrato. Y además saca a la luz los deshueves de cuando cundía la pasta. El otro día, un portavoz de alguna minoría parlamentaria reflexionaba en la correspondiente comisión del Congreso sobre la política de ahorro en Fomento, que impondrá una reducción general del 22% en el coste de las obras contratadas. "No sé, decía el hombre con mucho tino, si alegrarme por esta nueva política de reducción de costes o tirarme de los pelos al deducir que hasta ahora veníamos pagando un 22% de más en los trabajos adjudicados". Vénganse a la Tierra Noble y podrán hacer reflexiones de ésas a mogollón. Cosas de la crisis.

Para consuelo de quienes gobiernan (en Aragón, sus comarcas y sus pueblos) siempre podrá argumentarse que España entera padece el mismo mal (la deuda monstruosa y el parón de Fomento). Incluso los del PSOE y el PAR tendrán la opción de salirse por la tangente advirtiendo que si la ciudad de España con más déficit es Madrid y la comunidad más pillada es Valencia, poco puede presumir el PP de buen gobierno. Mal de muchos...

La penuria nos confronta con eso que servidor suele denominar la realidad. Aunque algunos jefes lo tenían y lo tienen tan claro que no reblan: toca parar, pues a correr más deprisa.