Últimamente no eres nadie si no tienes una serie americana preferida. En determinados círculos, no hay conversación en la que no se haga una referencia a la última novedad aparecida en el mercado o a algún descubrimiento reciente. ¿Has visto ya la última temporada de Mad Men? ¿No crees que la quinta de 24 es una de las mejores? ¿Cómo es posible que la tercera de Deadwood no haya salido en DVD? Me encanta Breaking Bad. Pues yo soy más de Fringe. De series las hay de todo tipo, para todos los gustos y para todas las sensibilidades. Quién iba a decirlo. Hace unos años, las televisiones europeas no hacían demasiado caso de las series americanas. Era un momento en el que la ficción local era la estrella incontestable y, en los contratos que las cadenas realizaban con las majors, consideraban a las series extranjeras como un peaje inevitable para acceder a los títulos de cine de estreno. La situación era más que preocupante para los grandes estudios y su negocio. Pero supieron reaccionar con firmeza potenciando la tele con talento y dinero que, con frecuencia, procedía de la pantalla grande. La tortilla se giró gracias al nivel y al factor diferencial aportado por los guionistas, directores y actores que han viajado del cine a la TV, a factores concretos, como el éxito mundial de CSI, y a la apuesta de calidad y riesgo hecha por cadenas de pago americanas como HBO y Showtime. La revalorización que ha experimentado la ficción televisiva tiene que ver con el fondo y la forma. Las series abordan cualquier tema y cualquier mundo tratándolo, además, de una forma más atrevida, más adulta y más sorprendente que en la ficción cinematográfica. Por ello cada día hay más gente enganchada a las series.

Escritor y periodista