El Príncipe de Asturias, el Cervantes y, por fin, el Nobel. Maestro de la palabra y hombre comprometido con sus ideas y con su vocación literaria, Mario Vargas Llosa ha recibido el máximo reconocimiento de las letras que tanto merecía. Peruano de nacimiento y español de adopción; escritor, dramaturgo, ensayista y periodista, puede considerársele como uno de los más firmes defensores de nuestra lengua, a cuya divulgación tanto ha contribuido, merced a la enorme calidad y profundidad de sus escritos.

Pero es también, la de Vargas Llosa, una figura que no puede desligarse de un profundo sentido de justicia social e ideológico, que transpira a lo largo y ancho de su obra literaria y de su actividad política. Hombre leal y consecuente, jamás ha dudado en abrazar un ideal en pos de un mundo mejor, como tampoco ha titubeado en señalar los errores y vicios de cualquier movimiento social o político cuando éste se desvía de su ideario original: así se mostró en su adscripción, primero, y crítica posterior de la revolución cubana. Implacable en la denuncia de las estructuras corruptas del poder y azote de caudillos y dictadores bárbaros, es, sin embargo, la capacidad para llegar a los más íntimos recovecos del alma humana y sacar a la luz los más horribles fantasmas, su arma más eficaz para conquistar nuestra atención como lectores.

Paladín de lo individual frente a lo colectivo, sus alegatos en favor del nuevo credo y ortodoxia liberal parecían haberle privado definitivamente de un Nobel que, al menos, le llega a más temprana edad que a Doris Lessing. Escritor prolijo que aún tiene mucho por decir, Vargas Llosa mantiene viva su sabia juvenil y un pensamiento que, compartido o no, sabe transmitir con lúcida expresividad y estilo deslumbrante. Escritora