Cuando estuve en Cuba me llamó poderosamente la atención comprobar que en la isla de la revolución hay clubes privados colmados de lujo a los que sólo pueden acceder las clases privilegiadas, los altos cargos del régimen, ministros y viceministros, el cuerpo diplomático extranjero y adinerados hombres de negocios, generalmente ligados a la actividad export-import. Uno de estos hombres de negocios, zaragozano por más señas, que conoce Cuba como la palma de la mano, me llevó a mi inolvidable amigo José Manuel Lausín, hoy tristemente desaparecido, y a mi a uno de esos clubes. Fuimos con su lujoso coche, llegamos ante una garita, nuestro amigo enseñó su carnet de socio y anunció que llevaba a dos invitados ligados a la embajada de España (era verdad porque yo había sido invitado aquellos días por la embajada para dar una conferencia sobre Hemingway y Lausín era el jefe de la cooperación española en la isla), el guardián abrió la valla de acero y entramos en el club. Lo que pude ver me dejó de piedra: máximo lujo en las instalaciones, pistas de tenis, piscinas, etc, y al fondo una hermosísima playa (Cuba es un país de una sublime belleza). Entramos en el restaurante, bellamente decorado, con un personal solícito que nos mostró la carta. Otra vez me quedé de piedra: allí se incluían los más selectos manjares, en especial langostas y mariscos, y una increíble variedad de vinos de todo el mundo, incluyendo los españoles.

Probamos unas riquísimas langostas, las mejores que he comido en mi vida, regadas con un vino exquisito, añadimos un elaborado postre y al terminar salimos del local y nos encaminamos a la playa, ya de noche, con una enorme luna en lo alto y un paisaje maravilloso. En una hamaca degustamos un whisky de primera clase y casi nos dormimos placenteramente, mecidos por la suaves olas. Allí pudimos ver a ministros del régimen, embajadores y hombres de negocios, tan satisfechos como nosotros tras el magnífico yantar. Y nos comentaron que con cierta frecuencia los Castro frecuentaban el lugar.

De una cosa estoy absolutamente seguro: el cubano de a pié no tiene ni la menor idea de que esos clubes privados existen en su propia isla --el que visitamos era uno entre otros muchos, como el denominado Marina Hemingway--, donde pudimos ver yates de lujo- y de que la clase dirigente de una supuesta, gerontocrática y perdida revolución se dan la gran vida en ellos y en sus mansiones a todo lujo. Al pueblo llano se le impone una vida de carencias, casi miserable, mientras la clase dirigente vive a todo trapo.

¿Qué porquería de revolución es ésa? Viene todo esto a cuento por la reciente concesión al periodista cubano Guillermo Fariñas del premio Sajarov del Parlamento Europeo. Se lo merece plenamente en su lucha admirable en demanda de la democratización de la isla y del respeto de los derechos humanos. Pero mucho me temo que la clase dirigente, instalada desde hace décadas en el lujo, la playa de ensueño, el club privado y la langosta de incomparable sabor, se pasarán por el forro sus peticiones y afirmarán muy serios que el premio Sajarov responde a bastardas operaciones políticas para acabar con la revolución. ¡Patria o muerte! ¡Y langostas mil en los clubes privados para la clase dirigente, ocultos cuidadosamente al pueblo! ¡Patria o muerte... y langostas sin fin! Periodista