La huelga convocada por la Asociación de Futbolistas Españoles (AFE) para la primera y la segunda jornadas de Liga pone de manifiesto los desajustes estructurales del fútbol español. La convocatoria no es el desplante de un grupo de millonarios airados que quieren echar un pulso a los clubs, sino la consecuencia de la falta de garantías de cobro que soportan muchos jugadores modestos, víctimas de la tradición dispendiosa de unas sociedades que ahora se encuentran con que no pueden hacer frente a sus obligaciones. Más allá de las grandes estrellas, la realidad se concreta en asalariados en una situación desventajosa en comparación con otros trabajadores por cuenta ajena. Es injustificable que sean estos deportistas los que deban pechar con la insolvencia de las sociedades para las que trabajan. El apoyo de jugadores de primera línea --Puyol, Casillas, Cazorla y Llorente, entre otros-- a la convocatoria de la AFE tiene un valor más que simbólico. Se trata de profesionales con una situación muy desahogada que, a pesar de ello, se prestan a reforzar la posición de los más débiles, a transmitir una imagen de unidad que debe llevar a los clubs a reflexionar.