Creo que nuestra comunidad autónoma es uno de los territorios de la Unión Europea en que más niveles de Administración tenemos. Soportamos, nada más y nada menos que seis. A saber: la europea, la nacional, la autonómica, la provincial, la comarcal y la municipal.

Nadie duda a estas alturas de la crisis, que una de las acciones que ha contribuido a ella, ha sido el ingente gasto de las administraciones. Y que, por tanto, una de las actuaciones prioritarias debería de ser el atajar la sangría que supone el funcionamiento de las mismas. Si existen, tienen que funcionar, que significa desarrollar su función, y para eso, necesitan sedes, personas y dinero, con lo que supone de gastos fijos de mantenimiento, independientemente de la bondad o no de sus actuaciones.

Este modelo, se ha superdesarrollado en las épocas de bonanza, en aras de la mayor cercanía al administrado, conllevando unos volúmenes de gasto gigantescos. Pero ha llegado la crisis, el dinero no entra como entraba y la situación se torna complicada, se impone la austeridad y el recorte de gastos.

Ante esta situación, el mundo empresarial actuaría de la forma siguiente. Imaginemos una empresa que tiene seis delegaciones, y debe afrontar la crisis, porque ha descendido la demanda de sus productos por la caída del consumo y ya no tiene ingresos suficientes para cubrir todos los gastos que supone la red de las seis delegaciones. Lo normal es que se plantee un plan de viabilidad, que necesariamente conllevará medidas de ahorro a todos los niveles. Como consecuencia de la situación se verá obligado a llevar una política de austeridad y de eficiencia en la gestión.

CASI CON TODA seguridad, tendrá que reducir gasto corriente, suministros más baratos, ajustar el precio con sus proveedores y, en definitiva, trabajar más y mejor. Y si la situación de crisis perdura, como es nuestra realidad, tendrá que plantearse seriamente la reducción de sus seis delegaciones a un número menor, que sin perder calidad en la atención al cliente, le permita abaratar más costes, para seguir sobreviviendo. Sabe perfectamente que tener delegaciones abiertas representa unos costes fijos de apertura diaria que desembocan en replantearse su viabilidad. No solo hay que reducir el gasto, sino también los centros de gasto que los provocan.

Y ahora volvamos al tema de las administraciones. Si tenemos seis niveles, ¿no creen que la política de austeridad, de reducción de gasto corriente, no es suficiente? ¿No sería correcto replantearse si todas las delegaciones son necesarias para la gestión que es necesaria realizar ¿No sería posible diseñar un nuevo escenario, con mayor eficacia y eficiencia y el mismo o igual nivel de calidad asistencial al administrado, con menos delegaciones?.

La diferencia, a lo mejor, es que en la empresa pequeña el empresario se juega su dinero y toma las medidas necesarias, porque si no, no sobrevive y, en la administración, los que tienen que tomar las decisiones se consideran directivos, no empresarios, y no se hacen las reflexiones necesarias. ¿De verdad creemos que necesitamos seis niveles de administración y que todas ellas son imprescindibles en todo?

Me gustaría, al final, con el paso del tiempo, no tener que tararear como en la canción de las hijas de Elena: Seis eran seis, y...

Presidente de CEPYME Aragón