La rueda de prensa sorpresa de ayer de Mariano Rajoy sirvió para confirmar la aversión del presidente del Gobierno a las comparecencias ante los periodistas. Se vio forzado a salir a la palestra para tratar de frenar el desplome de Bankia, que llegó a perder un tercio de su valor en la bolsa, y la escalada de la prima de riesgo española, que superaba los 500 puntos, pero no consiguió ninguno de sus objetivos. En la misma sede del PP, donde había presidido la reunión ordinaria de su comité ejecutivo, un Rajoy incómodo empleó evasivas o lacónicos monosílabos para quitarse de encima a los periodistas. Lo único que quería decir es que el BCE debe comprar deuda española --salir en defensa del euro, es su forma de decirlo--, negar que el caso de Bankia afecte a la deuda pública y acusar al anterior Gobierno de no haber nacionalizado la banca como hicieron otros países hace tres o cuatro años.

DESCONFIANZA

El Gobierno parece no darse cuenta de que la novela por entregas que escribe sobre la banca no hace más que generar desconfianza dentro y fuera del país. Todo el mundo sospecha que las inspecciones externas de las entidades financieras españolas obligarán a nuevas provisiones, lo que se traducirá en más ayudas. Es un pozo cuyo fondo no conoce nadie. Por eso es muy probable que el Banco Central Europeo esté esperando a ver cuál es su profundidad antes de volver a inundar de liquidez el sistema.

ALUMNO DE MERKEL

Los 513 puntos que alcanzó ayer el diferencial español superan el dintel de intervención de Grecia y casi igualan el de Portugal. Rajoy se niega a pedir ayuda de la Unión Europea para la recapitalización de la banca en apuros por el riesgo de intervención que ello supondría, y probablemente hace bien. Pero se equivoca cuando asume en público que no podía dejar caer a Bankia y que le aportará otros 19.000 millones de euros pero no sabe cómo lo hará. Insiste en su táctica del perfecto alumno de Angela Merkel que repite la letanía de la reducción del déficit, de que no se puede gastar más de lo que se ingresa y de que España está haciendo lo que debe, pero a la vez pide --sin decirlo-- el apoyo del BCE a la deuda española, gravemente perjudicada por el desastre de un banco construido y administrado por sus compañeros de partido, cuya gestión se niega a esclarecer.