Opinión

JOSÉ LUIS Ainoza, Periodista

La contaminación de los examinadores

Las agencias de calificación, consideradas como notarios de la realidad económica de quienes mueven el dinero, han estado dando notas trucadas durante décadas. Trataban de forma benevolente a sus mejores clientes, esencialmente bancos, que les inyectaban beneficios por otras vías. Cuanto más trabajo les dieran, sobre todo de calificación de valores, más vocales mayúsculas definían su posición en el ránking del no va más. Algo así como las notazas que se llevan los alumnos de muchos colegios privados para que a los papás no les derrape la Parker de oro cuando extiendan el cheque anual de la exclusividad. Claro, que en estos casos, la Selectividad gestionada por educadores públicos pone las cosas en su sitio y magníficos sobresalientes durante años salen de la reválida popular con justitos aprobados. El quien paga manda tradicional se convirtió en manos de estas empresas en la materia prima de la crisis, valores basura como las subprimes no hubieran salido de las sucursales en los suburbios estadounidenses sin su sello de aprobación. Ahora les hacen menos caso a sus diagnósticos, pero el mal ya está hecho y el cuerpo social infectado, aunque no sería de extrañar que cualquier día quién ayudó a propagar la pandemia se transforme en vendedor de antivirus. Es la esencia de este capitalismo de estafadores del ático para arriba. Y cuando la calle y el entresuelo explotan hartos del sistema incorregible, aún vienen los cancerberos a amenazar a las víctimas por no tener espíritu de sacrificio y tragar con lo que manden.

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