Opinión
Juan Bolea, Escritor y periodista
Sala de máquinas
Murakami abre las puertas de la irrealidad
Hacía algún tiempo que no leía a Murakami, a quien tengo catalagado como autor tóxico (en el argot de los escritores, aquel cuya prosa, por su calidad y originalidad, es susceptible de colonizar otras), pero estos días le he metido el diente a su última entrega, titulada Baila, baila, baila y publicada por el sello Tusquets.
Leyéndole, y contaminándome, espero, con su talento, he vuelto a recordar la mágica voz del autor de Tokio Blues y, desde hace algunos años, permanente candidato al Premio Nobel de Literatura. Ratificándome en que se trata de un escritor sumamente original, en la línea de Paul Auster o Michel Houellebecq, dueño de un universo propio con claves reconocibles que él mismo ha ido generando a lo largo de sus numerosas novelas: el desasosiego existencial, la música como terapia, las voces o potencias dormidas de la mente, la presencia de lo misterioso y de lo milagroso o sobrenatural como una especie de mundo secreto adosado que podemos ver, oír y contar. Y, sobre todo, una manera de narrar, de hipnotizar al lector, a quien invita y persuade a sumergirse en su lectura de una manera incondicional, aceptando incluso esos elementos mistéricos que, en manos de un autor menos ducho, habrían resultado poco verosímiles.
La escritura sumamente creativa de Murakami se incardina en una manera de construir historias que presta especial atención al azar.
Da la impresión de que es una creencia profunda del autor que las cosas y, muy en particular, algunas personas, están conectadas entre sí. No se conocen, no han coincidido, no se han tocado, no han hablado, pero algo, una opresión, pálpito, videncia o intuición mental les sugiere que sí lo están, y que con sus terminales, a modo de una sutil red en la que atrapar a los lectores, ha comenzado a desarrollarse una historia invisible. Probablemente, Murakami avanza por esa historia de la misma manera en que sus personajes, ciegos a la fatalidad, pero presos del destino, se enamoran, separan, reconcilian, toman bloody mary o escuchan a los Rolling Stone. Hasta que uno de esos héroes de ficción abre una determinada puerta por la que la pre--consciencia se desliza hacia mundos en fuga, o no conformados, ámbitos tenebrosos donde el frío hiela hasta la conciencia y la realidad se desvanece como una voluta de niebla.
Difícil y gratificante a la vez.
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