Opinión

JOAQUÍN Carbonell

Colección de memos

A menudo en las charlas de los bares, cuando el monotema de la crisis se ha agotado, el siguiente asunto suele ser la independencia de Cataluña. Los más veteranos recordarán que en otros tiempos (no hace mucho, la verdad) introducir la palabra independencia al lado de Cataluña, suponía un pecado. Absolutamente nadie pronunciaba los vocablos prohibidos. Busquen en los periódicos esa expresión y les obsequiaré con un fin de semana en Paradores. No existe. Tenía la misma mala prensa que hacer chistes de la familia real. Ah, lo que ha llovido desde aquella portada de Cambio16, con Juan Carlos I caricaturizado de bailarín en Nueva York. Una cosa ingenua, muy favorable para el monarca, pero que causó estupor. Ya ven cómo están ahora las cosas. Eso significa que hemos ganado kilómetros de libertad. De expresión, sobre todo. Por eso ahora cualquiera puede hablar sin bajar la voz y mirar hacia los lados, de estos asuntos "peligrosos". Todos tenemos, por fin, voz y voto en temas como el de la independencia catalana. Pues, bien, después de tantos años de preparación, es triste observar que personalidades preparadas, listas, poderosas y astutas, rompan el silencio para soltar tanta majadería. A los dos lados del Ebro el tema ha dado para un libro sobre sandeces. Lo que ha dicho el PP sobre Cataluña y ha respondido CIU sobre España no lo merecen ni catalanes ni españoles, mucho más sobrios en sus valoraciones. Unos no quieren cumplir la ley vigente (¡) y otros no permiten que el pueblo hable. ¿Por qué les pagamos su sueldo?

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