La ruptura de las negociaciones en el conflicto del transporte urbano de Zaragoza, que ha desembocado en la huelga indefinida que se inicia hoy, ha terminado dañando a todos. Al ayuntamiento, que ha intentado ejercer el papel de mediador sin poner toda la carne en el asador; a los trabajadores, porque los despidos no tienen vuelta a atrás; al comité, cuya ruptura interna parece un hecho, pese a su defensa de que existe unidad; a la empresa concesionaria, que ha jugado al desgaste pero tendrá que afrontar unos paros que pueden endurecerse coincidiendo con el Pilar, y a los ciudadanos que tendrán que soportar largas esperas en las horas punta. Tras semanas de tira y afloja en uno y otro sentido, la sensación que se percibe es que ninguna de las partes tenía intención de ceder tanto como para alcanzar el acuerdo.