Hay que ser muy destructivo y tener los hígados de hierro para acometer la demolición de la sanidad pública aragonesa (española por extensión). Hablo de un edificio muy sólido, de una institución que ha funcionado tan sobradamente bien que está ubicada en los primeros puestos de los ránkings que miden la eficiencia sanitaria en el mundo. Pero aquí, en la Tierra Noble, un individuo tan poco notable como el consejero Oliván ha cogido la piqueta y ahí va, clis, clas, catacrock, echando abajo todo lo que puede. El daño causado le importa un bledo. El hecho de que sus actos amarguen y compliquen la vida a miles de enfermos se la trae floja. Y espérate: el Gobierno central quiere restarles a las comunidades autónomas ocho mil millones en los dos próximos años. Teniendo en cuenta que las susodichas comunidades se ocupan de la sanidad y la enseñanza, imaginen la que nos va a caer de aquí al 2016. El apocalipsis.

Es sorprendente y terrible contemplar el compulsivo afán que alienta a nuestras actuales autoridades a la hora de tumbar todo lo que huela a Estado del Bienestar. Produce pavor la furia con la que el citado Oliván y su cuate Gustavo Alcalde, delegado del Gobierno en Aragón, se vienen aplicando a desmontar la sección de radiología del centro de especialidades Pablo Remacha, en el barrio zaragozano de San José. La semana pasada ejecutaron una operación cuasi militar para llevarse el mamógrafo, y en la madrugada de ayer, apenas horas después de que miles de vecinos exigieran parar el desmantelamiento, fueron a por los ecógrafos destrozando las puertas cual vulgares ladrones. Tan desmesurado afán indica que ambos terminators conocen la dimensión de su miserable tarea y saben que ésta exigirá mucho tesón y muy mala leche.

O tal vez sea cierto (además) lo que se dice por ahí. Que alguien muy poderoso, con intereses en un centro privado de radiodiagnóstico, anima a nuestros héroes para que dinamiten el correspondiente servicio público y luego deriven pacientes a su particular negocio. Parece un poco burdo, sí. Pero en estos tiempos... ¡Buuufff!