"Los países ricos saben que son ricos porque hacen ciencia, mientras que los países pobres creen que los países ricos hacen ciencia porque son ricos". Este aforismo de mi admirado Jorge Wagensberg explica lo que nos pasa y por qué, desde los tiempos oscuros del ñque inventen ellosO. Somos un país pobre que está poniendo todo el empeño y los cimientos para no salir de la miseria en la que está. Solo así se explica que el Gobierno haya abandonado en la cuneta a los investigadores y científicos, los únicos que podrían cambiar a medio plazo el zafio modelo productivo español del tocho. El jueves, el colectivo Carta por la Ciencia, en el que están representadas todas las sociedades científicas, la conferencia de rectores de universidad y la Federación de Jóvenes Investigadores, emitió su último grito desesperado. Coincidiendo con el aniversario de la muerte de Ramón y Cajal, los científicos se manifestaron con un silencio atronador ante sus centros de trabajo, vestidos de negro o con brazaletes de duelo. Fue la jornada de luto por la ciencia en España. El Gobierno no acierta a comprender que en momentos de enorme vulnerabilidad económica no se pueden quemar las únicas naves que nos pueden sacar de la tormenta. Sin inversión en I+D, ¿cómo vamos a encontrar otro modelo que no sea vender apartamentos en la costa a los jubilados ingleses o alemanes? Los países motores de Europa dedican casi el 3% de su PIB a la investigación, y la media de la UE es del 2,3%. En España, la mitad. En los últimos tres años, la reducción acumulada en los presupuestos para la investigación roza el 30%. La austera Alemania de Merkel incrementa cada año la partida de la Fundación Alemana para la Investigación. ¿Lo hace porque son ricos? No, hemos quedado que es al revés: son ricos porque investigan. Aquí hemos visto a científicos haciendo rifas para seguir investigando la diabetes, a doctores del CSIC --la joya de la corona-- concursando en Atrapa un millón para seguir financiando un proyecto, a jóvenes investigadores premiados en Europa rechazados por el programa Ramón y Cajal en su propio país. Una vergüenza ante la que el Gobierno no parece sentirse concernido. Mientras Europa se prepara para la sociedad del conocimiento, aquí soñamos con volver a ser los albañiles y camareros del sur. Viajamos en un barco averiado en plena tormenta y ante el exceso de peso tiramos por la borda a los únicos que pueden repararlo.

Periodista