¿Quién no sabe que lo que se dice importa tanto como la forma en que se dice? Lo que se calla tan to como el momento del mutismo o que la palabra vale como el silencio, el gesto como la mirada y lo que se hace como lo que se omite... Todo, todo en nosotros es información sobre nosotros, nada, nada de nosotros sale que no comunique o revele cómo somos, pensamos o sentimos. Y es precisamente a esa difícil tarea, la de interpretar lo que los otros dicen y callan en una complicada mezcla de afirmación y reserva, a la que nos entregamos día a día para entendernos y entender lo que nos rodea, lo que nos pasa o esquiva. Nosce te ipsum era uno de los sabios consejos griegos mantenidos por Roma. De la finalidad y efecto de ese conocerse a sí mismo también se ocupó Nietzsche y lejos de posibles tentaciones ostracistas la frase encierra un sentido que traspasa lo individual y alcanza al grupo, pues solo y en la medida en que cada uno se conoce puede advertir y reconocer el mundo y a los que en él viven. El nuestro se organiza hoy en Estados como las abejas en colmenas, esa es, de momento al menos, su forma de estar, ser y ordenar. Y sí, también los Estados hablan y callan, hacen gestos y miran. Y aunque no es fácil descubrir los ojos de ese concepto no es imposible, casi nada lo es. El Derecho nos da una buena pista pues no son otra cosas sus normas que su peculiar manera de mirar y decir, una de ellas al menos --la más confesable sin duda-- aunque no siempre la más elaborada, ni sutil. Es posible que la palabra esté en lo cierto y nos conozcan por nuestros hechos, si bien hay quien la enmienda y dice que, en realidad, nos condenamos por lo que decimos y no por lo que hacemos. Probablemente cada uno de nosotros sea la suma de ambas cosas y a nuestros hechos haya que añadir nuestras palabras --pronunciadas o no-- para tener idea cabal de qué somos o al menos de qué querríamos ser. En este complejo e inagotable juego la mentira desempeña un papel relevante, nadie renuncia a ella, no parece posible. Hay que saber qué dosis de sinceridad somos capaces de soportar y también para ello es preciso conocerse un poco. Igual que las personas hemos de medirlo, también lo mide el Estado en sus leyes. En realidad, por sus leyes se les conoce y es posible que, una vez conocidos, den más miedo que antes. Asusta pensar qué hay detrás de la ley Bossi-Fini sobre inmigración vigente en Italia desde 2002. La norma que prevé el delito de complicidad con la inmigración ilegal resulta aplicable por igual a quienes lleven hasta allí a inmigrantes sin permiso de entrada o a quienes asistan a barcos de indocumentados. ¡Como si traficar y socorrer fueran lo mismo! Preferiría pensar que se trata de un error o achacarlo a la ignorancia pero lo cierto es que, a juzgar por los hechos de todos conocidos, no lo parece incluso se diría que, muy al contrario, el legislador nunca se equivocó y desde el primer momento tenía el firme propósito y la plena voluntad de perseguir a quienes ayuden al náufrago. La ley como voluntad de poder, podríamos decir por seguir con las enseñanzas de Nietzsche. Pero no nos engañemos, sería tan injusto como miope poner la lupa solo en los ojos del Leviatán italiano, para estremecernos no hace falta ir tan lejos.

Profesora de Derecho. Universidad de Zaragoza