A José Luis Rodríguez Zapatero le debieron inyectar algo al sentarse en la Moncloa, porque desde que dejó de ser presidente, todavía es más soso que cuando ocupaba el cargo. No comenta nada. Pero escribe sus memorias; no las he leído: ¿dicen algo interesante? En su anunciada comparecencia con Ana Pastor, en La Sexta, resultó una de las entrevistas más blandas, absurdas, inútiles y prescindibles de las muchas que he escuchado en mi vida. Si la Pastor no le corta, aún estaría con su sermón.

Su pasión por el bienquedar le llevó a no enjuiciar la labor de sus colegas; sin embargo Felipe y José Mari no se cortan un pelo cuando comentan la actualidad. ¿Así va a vender libros? Lo sustancial del pensamiento zapateril se sustentó en el respeto al sistema; es decir, con remiendos y un poco de buena voluntad iremos saliendo de esta. Uno esperaba un arrebato de furia para condenar este modelo que nos ha quitado tanto. En realidad, todo. Esperaba encontrar en el expresidente a alguien empatizador con esos millones de españoles que no pueden cenar cada día. ¿Qué les pasa a esta gente en cuanto alcanzan el poder? Y oiga, ¿qué le impide arrojar su desprecio a los compañeros andaluces que nos han robado a todos? ¿Tampoco puede entrar en ese tema? Ya digo, fue decepcionante, frustrante y vulgar. Por constatar que siguen formando parte de esa casta: arriba y abajo. Como este Narcís Serra que vemos insultado al entrar al juzgado. Un socialista que se lo llevaba crudo. La evidencia es clara: estamos solos.