La politología es árida, tanto para el que escribe como para el que lee, si no se tiene una mínima predisposición hacia ella y, sobre todo, si no se cree en lo público. Los españoles solemos hablar mucho de política en bares y peluquerías, pero debatimos poco con argumentos. Y hay opiniones para todos los gustos. Sin embargo, los hechos políticos son más claros y tozudos. Esquemáticamente hablando, los hechos van en dos direcciones, los que benefician a unos pocos y los que redistribuyen para la mayoría. Para armonizar todas las opiniones sirve la política, que no es más que el debate de las ideas humanas sobre la organización de la convivencia social.

Han pasado dos años y medio desde el 15-M, una movilización social contra el poder en general y reivindicando la participación ciudadana en la política. Pero todo ello se desarrolló instalándose en la antipolítica. Iban contra los partidos políticos y los sindicatos en exclusiva, sin mencionar a los auténticos causantes de la crisis. A ello se sumó cierta izquierda acrítica a la que no afecta mucho la crisis. Entonces, el poder estaba ostentado mayoritariamente por el PSOE, por lo que fue el partido que pagó en sus carnes toda la virulencia antipolítica de los flujos izquierdistas del momento. Si a ello unimos la fecha fatídica del 12 de Mayo de 2010, con la intervención de Zapatero en el Congreso, más la posterior modificación de la Constitución, a instancias del propio Zapatero a Rajoy, que sonrió por el trabajo sucio que se ahorraba, estamos poniendo marco a la hecatombe que tuvo lugar para la izquierda en el año 2011. Primero en las municipales y autonómicas de mayo y luego en las generales adelantadas de noviembre. Hubo mucha abstención en la izquierda y la derecha aprovechó el regalo que se le ofrecía en bandeja.

¿Valió la pena todo aquello? No cabe duda de que las protestas movilizaron a una apática juventud y pusieron en cuestión muchas actitudes políticas del poder en general, de la izquierda en particular y del PSOE en especial. Pero lo que ha pasado en España durante estos dos años ha ido más lejos de lo que todos, incluso los votantes del PP, podían esperar. La regresión en derechos sociales, la terrorífica Reforma Laboral y la nueva Ley de Régimen Local son tres ejemplos contundentes que han traído como consecuencia un empobrecimiento material, político y social en la sociedad española, con una profundidad y un ritmo tan vivo que costará mucho remontar. Aunque no lo reconozcan explícitamente, los movimientos sociales actuales están reivindicando volver al momento dulce de los gobiernos socialistas anteriores a la crisis.

Crisis, he ahí la palabra mágica que explica todo. Lo explica tan bien que los causantes de ella son los grandes beneficiados de la misma. Y, además de los damnificados españoles, el principal hacedor del incipiente Estado de bienestar español (el PSOE) aparece como el gran perdedor de la ínclita crisis. Sin embargo, los versos de Bob Dylan, Los tiempos están cambiando. La respuesta está en el viento, siguen siendo válidos cuarenta años después. Es el viento de la historia lo que hay que escrutar y no los meros hechos puntuales de cada momento. La dialéctica procesual debe imponerse a la ontología del momento, de lo contrario siempre iremos detrás de los acontecimientos y de los manipuladores de los mismos. Hay que salvar cierto espíritu de los movimientos y mareas que quedan y se la juegan todos los días. Los partidos de izquierda deben estar junto a ellos y deben traducir políticamente, y posteriormente en normativa, toda la injusticia social que ahí se denuncia. Las reivindicaciones directas y asamblearias son una especie de termostato de la temperatura social que los partidos de izquierda deben saber leer y, sobre todo, traducir. De lo contrario, toda la movilización engordará al PP, que es lo que ha sucedido hasta ahora.

Po ahí tiene que ir la estrategia de la izquierda, el PSOE como partido catalizador e IU como aliado necesario. El anticomunismo de cierto socialismo y el antisocialismo de cierto comunismo deben finalizar. En primer lugar porque los términos socialismo y comunismo han evolucionado y fundamentalmente indican un punto de partida histórico. Sin pretender hacer ningún paralelismo, recuerdo una irónica frase de Vázquez Montalbán que decía que este país se dividía en dos grupos, exrojos y exazules. La transformación conceptual y real de nuestro mundo globalizado, para bien y para mal, es tan impresionante que hay que sentarse a pensar y volver a crear nuevos conceptos y nuevas realidades. Nuestra conexión con el futuro (estrategia) debe motivar más nuestras actitudes que lo que pasa en la actualidad, que puede ser mera coyuntura del presente.

Profesor de filosofía