Opinión
JUAN MANUEL Aragüés Estragués
Arriba y abajo
Todos nuestros presidentes han claudicado ante instancias superiores que les han dictado el camino a seguir
Creo recordar que fue en los años 80, o finales de los 70, cuando en televisión se pasó una magistral serie británica titulada Arriba y abajo. En ella se narraba la convivencia en una misma casa de dos mundos, el de los criados, abajo, y el de los señores, arriba, en los años iniciales del siglo XX. La serie describía de forma magnífica la asunción de la ideología de la clase dominante por parte de la servidumbre, una servidumbre que miraba de manera reverencial a sus señores, a los que colocaba en un plano de superioridad natural. Cada uno debía saber perfectamente su lugar en la casa y, por lo tanto en la sociedad: el poder, incluso la palabra, quedaba del lado de los señores; el sometimiento, el silencio, era la condición de la servidumbre. Pero esa servidumbre aceptaba esa situación con normalidad e incluso cuando aparecía algún nuevo criado joven que cuestionaba esas relaciones, era inmediatamente censurado por sus propios iguales.
El título de la serie, Arriba y abajo, me sirve para reflexionar sobre la circulación del poder en las sociedades contemporáneas, para poner de manifiesto que el poder tiende a circular de arriba hacia abajo, mientras que el empoderamiento, el hecho de que circule de abajo hacia arriba, es un momento de excepcionalidad que intenta siempre ser evitado desde el poder constituido. Muchas veces con la complacencia, o al menos con la complicidad, consciente o inconsciente, de quienes debieran ser agentes de empoderamiento.
No sé en otros, pero en nuestro país, el acceso a un cargo, a una responsabilidad pública, convierte al sujeto en eslabón de esa cadena descendente del poder. Quien ocupa un cargo se aplica a trasladar hacia abajo las decisiones que se han tomado arriba. Aunque, en muchas ocasiones, haya sido elegido por los de abajo para representarles ante los de arriba. Esto es evidente en la política. Todos nuestros presidentes de Gobierno, todos, han claudicado ante instancias superiores que les han dictado el camino a seguir. Con mayor o menor entusiasmo, en lugar de cumplir aquello que habían prometido a los que les eligieron, en vez de representarles ante instancias superiores, han trasladado hacia abajo las políticas cocinadas en dichas instancias.
No es solo en la política donde esto se observa de manera clara. Mi experiencia en el ámbito educativo refrenda esa sensación de que los cargos electos dejan de representar a quienes les eligieron para pasar a ser representantes ante ellos de poderes superiores. Cuando desempeñé el cargo de director de instituto, cuestioné, en alguna ocasión, directrices que se nos imponían desde arriba y que no estaban en consonancia con lo que pensaba el claustro de profesorado. Recuerdo el escándalo que eso produjo en compañeros que habían sido directores de ese centro con anterioridad. Parecía que cuestionar a la administración fuera algo totalmente improcedente. Se trataba, simplemente, de acatar y trasladar lo que se nos indicaba, aunque estuviera en abierta oposición con la posición del claustro.
En la Universidad, la sensación es la misma. Una burocracia verticalizada que solo cabe acatar. Charlaba el otro día con un colega sobre la suspensión del acto de inauguración del curso académico. Me decía que estaba de acuerdo con la suspensión del acto. Yo le dije que pensaba que la Universidad debería haberle dicho al ministro que no quería verle aquí ni en plasma y que no estaba invitado a la inauguración. Mi colega me dijo que cómo iba a hacer eso el rector, decirle a un ministro que no venga. Pues yo creo que, simple y llanamente, diciéndoselo, trasladando hacia arriba lo que es sentir mayoritario de la comunidad universitaria, haciéndose voz de aquellos a los que se representa. Al final se suspendió el acto, pero no diciéndole al de arriba, al ministro, que su presencia obligaba a suspender el acto, sino a los de abajo, y a la sociedad, que era la posición violenta de los de abajo la que obligaba a la suspensión.
Nuestro país, quizá como herencia de la dictadura, se caracteriza por una mentalidad sumisa presta a plegarse a lo que venga desde arriba. Cambiar esa concepción del poder, entender que el poder es algo que se produce con alianzas, como enseña Spinoza, y que hay que hacerlo circular hacia arriba, esa una de las claves para construir una sociedad democrática. Profesor de Filosofía. Universidad de Zaragoza.
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