Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión

MARÍA JOSÉ González

Turbocapitalismo y anarcocapitalismo

La política no es una ciencia aséptica, formó parte de la filosofía moral. La economía también es política

No es mía la expresión turbocapitalismo. Es del economista norteamericano Edward Luttwak y la acuñó allá por 1996 para referirse al ritmo o más bien a la aceleración característica en los últimos años y que, a juzgar por lo que observamos que viene pasando, va a más.

De otra naturaleza, aunque de parecidos resultados, es la noción anarcocapitalismo, que más que un concepto, o mejor en torno a ese concepto, aglutina toda una teoría política, filosófica y económica que consagra la identificación entre libertad y propiedad privada, entendidas como derechos naturales, y en ese sentido, inalienables e incondicionables. Los anarcocapitalistas, con el profesor Rothbard a la cabeza, sostienen que lo público es fuente de corrupción, privilegio y agresión. Su acusadora mirada de todo cuanto proviene del Estado erosiona la justicia y oportunidad de su monopolio legítimo de la fuerza, ello unido a su concepción de que la seguridad y la defensa son servicios equiparables al resto lleva a la conclusión de que ambos pueden ser producidos incluso más eficientemente por empresas privadas.

Se equivoca quien piense que las teorías sean políticas, económicas, jurídicas o filosóficas son algo así como vestigios del pasado que los estudiantes se ven obligados a memorizar a consecuencia de las filias y fobias de los académicos de turno, en realidad son las teorías las que mueven el mundo se lleven a la práctica o no. Pero es que además en este caso es tremendamente fácil encontrar ejemplos de las mismas. Ni siquiera es preciso abrir los periódicos, la noticia de portada de algunos de ellos recoge que el proyecto de ley sobre seguridad privada aprobado el martes pasado en el Congreso permitirá que, en caso de considerarse necesario, el ministerio o una consejería de Interior podrán reclutar a agentes de seguridad privada como refuerzo de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado otorgándoles incluso la capacidad de detener en la calle.

La verdad, resulta bastante complicado no entender la norma como un caso claro de anarcocapitalismo, más bien parece de libro. Sin reponerme del rechazo que la norma me produce, por cuanto tiene de retroceso y de recorte de las libertades, amén del burdo abaratamiento de la seguridad y el orden público que la medida conlleva así como, quizás, por la velada desconfianza a la independencia que el funcionario público representa y encarna, continúo leyendo los periódicos. Unas páginas más allá, sin la relevancia que proporciona la portada, quizás por tratarse de una noticia portuguesa, leo con estupor que allí una página web busca "trabajador hiperactivo" que acepte percibir quinientos euros mensuales a cambio de 57 horas de trabajo a la semana. Y se me ocurre que más que trabajador hiperactivo habrá de ser un trabajador desesperado que casi roce la categoría de esclavo quien la acepte. La noticia que de por sí sería más que suficiente para considerarla un "ejemplo" del turbocapitalismo mencionado va acompañada de otra según la cual es el propio portal oficial de la oficina de empleo de ese Gobierno quien muestra una oferta para ingenieros civiles con una experiencia mínima de 12 años a cambio de 455 euros mensuales y subsidio de alimentación. No, no se necesita mucho más para comprobar que, sin ir a Estados Unidos, es posible conocer aventajados discípulos de ambas corrientes. Incluso da la sensación de que, también en este caso, algunos alumnos superan a los maestros.

El economista español Martínez González-Tablas, hace hincapié en que no es tanto la existencia de muchos y heterogéneos mercados cuanto la consolidación de una economía que determina profundamente todo el comportamiento social, generalizando el referente mercantil por encima de cualesquiera otros valores lo que caracteriza nuestro presente y marca una diferencia cualitativa con las modalidades capitalistas anteriores. Hay quien dice que la economía devora a la política, yo no lo veo así. La política no es una ciencia aséptica sino que encumbra unos valores y posterga otros, no en vano la economía formó parte de la filosofía moral --que se lo pregunten si no a Adam Smith-- y de ella se emancipó hasta configurarse como una ciencia social independiente. La economía también es política. Si lo que se pretende decir es que cierta economía arrincona a cierta política, sí, desde luego. Y siendo ello así, uno de los problemas es saber ¿cuánto mercado puede soportar la democracia? o desde la otra cara de la moneda, como se cuestiona Ferrajoli, si es posible una democracia sin Estado.

Profesora de Derecho. Universidad de Zaragoza

Tracking Pixel Contents