Recientemente el estudio anual sobre la situación del mundo que presentaba el semanario The Economist, situaba España entre los tres países europeos con "riesgo alto" de descontento social para este 2014, acompañados por Bulgaria, Portugal, y muy detrás de Grecia. Seguramente la noticia sería una más, de no ser por la influencia del medio y su conocida línea neoliberal en los asuntos económicos. Pero hay más, cuando explica las razones que le llevan a tal afirmación lo hace apoyándose en dos baremos fundamentales, la debilidad política e institucional de nuestro país y el malestar producido por el empobrecimiento generalizado de amplias capas sociales fruto de la política de austeridad.

Al margen de la posible inquietud que este informe cause entre inversores, las razones en que se basa son muy ciertas; tras dos años de Gobierno, el descontento social por su gestión de la crisis aumenta, la inseguridad jurídica entre empresarios por sus controvertidas decisiones genera perplejidad, el comportamiento con Cataluña, la ley del aborto y de orden público, la reforma de pensiones, la nueva vuelta de tuerca a la reforma laboral... todo en la más absoluta soledad parlamentaria, son prácticas regresivas respecto del modelo e imagen que este país había conseguido. De aquella España capaz de fraguar la transición, aprobar una Constitución, realizar los Pactos de la Moncloa, firmar cinco acuerdos estatales con sindicatos y empresarios, transformar nuestra economía con profundas reconversiones, reformar las pensiones a través del Pacto de Toledo y ser ejemplo de paz social y concertación ¿no queda nada?, ¿todo ha sido dilapidado en dos años? Este Gobierno ha conseguido arrastrarnos a la década de los 70 y ser de nuevo la vergüenza de Europa. El PP ha esperado a tener poder absoluto y la coartada de la crisis para hacer lo que siempre quiso, volver a convertir el BOE en la imagen en blanco y negro del Nodo.

La insensibilidad transmitida por el presidente del Gobierno cuando en rueda de prensa proclama el año 2014 como el "año de la recuperación" al mismo tiempo que congela el SMI, el IPREM, las pensiones, el salario de los trabajadores de la función pública por cuarto año, al tiempo que sube el recibo de la luz, transportes, peajes, fiscalidad, es fiel reflejo del deterioro institucional en que estamos sumidos. ¿Qué confianza merece él y la institución que representa si la realidad es tan diferente? El distanciamiento aumenta, la credibilidad desaparece y la política se aleja del ciudadano.

La misma derecha que abortaba en Londres y se confesaba en España, que desconoce las cuentas de Bárcenas a pesar de la vecindad del despacho, que invadía Irak por la tarde y oía misa de doce por la mañana, cuando retrocede en su intención de voto, pone la marcha atrás y saca su programa ultra para agrupar a sus sectores más reaccionarios y populistas para confrontar con el resto de la sociedad, sin importarle la crispación que añade. Aunque no necesitamos a este semanario para saber que en este país hay un profundo descontento social, bienvenido sea The Economist a esta realidad. Sí, el cabreo existe, en el sofá, en el bar, en el trabajo, en casa, en las tertulias y en la calle. El problema que tenemos la mayoría de los ciudadanos es que queremos recuperar la política y la calle como forma de reivindicación de la misma y no vemos cómo.

ES CIERTO QUE LOS partidos y sindicatos están dejando de ser los canales privilegiados de mediación entre sociedad y política, lo mismo ocurre con los medios de comunicación tradicionales, unos y otros están cada vez más atentos a los estados de ánimo que dictan las redes sociales que a reconstruir una sociedad civil de la que ellas formen parte. Sin embargo, en democracia no hay opción al margen de ellos, por eso cuando les exigimos cambios en su organización y comportamientos deberíamos aplicárnoslo en la parte correspondiente , porque en la época de bonanza llegamos a pensar que los derechos formaban parte del ADN y que las pensiones, las becas, la sanidad, la educación y los servicios sociales, siempre habían estado ahí, olvidamos que estaban porque otros ciudadanos a través de sindicatos y partidos políticos, habían luchado por ellos y si no se defienden, se pierden. Llegamos a pensar que las diferencias entre los grandes partidos nunca supondrían cambiar cuestiones esenciales, acuñamos el "todos son iguales" y la desideologización y el desclasamiento solo ha beneficiado a los enemigos del sistema.

La oposición de izquierdas que tanto contribuyó a ello está atrapada por su comportamiento y las concesiones que hizo para conseguir aquella convivencia sin tensiones que modernizó España. Se debate entre el posible radicalismo de la calle o la oposición constructiva del Parlamento y las instituciones. No es un problema de superar contradicciones artificialmente sino de recuperar credibilidad, con trabajo, militancia y humildad, desde las asociaciones, sindicatos, mareas, instituciones, gobiernos y oposición. Asumiendo nuestro error; porque colaboramos en desvertebrar la sociedad pensando que las instituciones garantizarían por si solas la cohesión social, nos equivocamos, de aquellos barros sufrimos estos lodos.