El reparto de la riqueza tiene mayor incidencia sobre la salud que el dato absoluto de la riqueza media y agrava los males que no existen en un país más igualitario. En 2009, la antropóloga Kate Pickett publicó junto al economista Richard Wilkinson un trabajo llamado Spirit level en el que se demuestra que cuanto mayor es la desigualdad social, mayores y más graves son los problemas de salud más allá de la inversión. Y que son las políticas sociales y económicas destinadas a generar igualdad social, económica y cultural las que evitan colapsar los sistemas de salud y de servicios sociales que, por otra parte, son despreciados por las sociedades más clasistas y desiguales como la que España esta rediseñando en solo dos años. En español, el trabajo se publicó como Desigualdad: un análisis de la (in)felicidad colectiva (Turner, 2009) y demostró científicamente que la tensión y la angustia por vivir en una sociedad desigual provoca grandes problemas de salud pública. Lo que filósofos, activistas, observadores y el sentido común ya sabían. Pero como la argumentación es un lujo poco habitual, los dos científicos británicos trabajaron sobre el terreno y con paradigmas científicos durante 30 años argumentado con datos contemporáneos que nadie ha podido (aunque lo han intentando) rebatir. En su propio país, Gran Bretaña, la reforma sanitaria y económica de Margaret Thacher, profundizada ahora por Cameron, aún les mantiene en el nivel más alto de la UE de enfermedades mentales, embarazos adolescentes, población reclusa, pobreza y tasas de mortalidad. Estudia también con los mismos resultados, consumo de drogas, obesidad, niveles de violencia y bienestar infantil. Patologías sociales que no se curan en hospitales (que están abandonando) sino que se previenen con políticas igualitarias. Esas dañinas reformas son la inspiración del Gobierno y del FMI ahora y doctrina incuestionable para Rajoy y sus ultras (Rudi y Oliván a la cabeza).

Estas tesis son igualmente válidas para el sistema educativo público, en proceso de desguace y maquinaria de selección social en manos de la consejera Serrat, y cuyas consecuencias más siniestras se verán a más largo plazo. Como el de la gente que a los 35 años no ha cotizado aún y que significa que a los 70 no contará con una pensión suficiente o los desahuciados por la banca y el gobierno que les sirve, y que no solo no cuentan ya con vivienda sino que arrastran una deuda y un status económico que los destierra para siempre del mínimo bienestar y a cuyos hijos e hijas se les expulsa del sueño de la educación superior y la integración social a medio plazo. O en la cultura, más allá del ridículo del IVA. Una vez han hundido buena parte del sector, rebajárselo a los supervivientes no hará que vuelva el público porque la desigualdad generada y los niveles de pobreza te alejan para siempre del acceso universal a la cultura y a la creación. Lo otro, son películas malas sobre el sueño americano (que solo es un lema de su mercadotecnia).

Es el valor terapéutico de la igualdad. La Marea Blanca lo sabe de modo instintivo. Por eso su victoria en Madrid para todos es una estrategia y el grito de Si, se puede, es una hoja de ruta. Pero si hay que explicarselo al Gobierno es que el Gobierno es un grave problema.

Periodista y activista. Blog.fernandorivares.com